Esto nos lleva
también a una pregunta que viene de muchos siglos atrás, «¿Dónde está tu hermano?» y
aunque las respuestas pueden ser muy variadas: un encogimiento de hombros, un
rechazo, un miedo, un estorbo, una carga, una huida, un… «¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9); lo cierto es que Dios viene:
… para enseñarnos a descubrir al hermano
… para decirnos quién es el hermano
… para capacitarnos a amar al hermano
… para cargar con el hermano
… para hacerse nuestro hermano
… para identificarse con todos los hermanos
… para que LE ACOJAMOS EN EL HERMANO
Navidad
Toda la festividad
navideña es una continua epifanía: a los pastores, a sus padres, a los magos y
al pueblo de Israel, en la que Jesús de niño a adulto va mostrando quién es:
Hijo de David, Príncipe de la paz, hombre como nosotros, Salvador universal e
Hijo de Dios. En Navidad nos sentimos más hijos de Dios, más cercanos a aquel
que quiso hacerse partícipe de nuestra naturaleza mortal. La caridad y la paz
que Dios Padre nos muestra en el nacimiento y la manifestación de su Hijo hacen
también de estos días un momento privilegiado para fomentar estos mismos
sentimientos.
Dios
nace para borrar diferencias y decirnos que todos somos hermanos, que tenemos
un Padre común, que es más lo que nos une que lo que nos separa, ¡qué bien
entendió esto Juan de Dios: “Si mirásemos cuán grande es la misericordia de Dios,
nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiésemos”. Por eso celebramos la Navidad, para concienciarnos de la misericordia, por eso hemos de seguir celebrando la Navidad, para no
dejar de sembrar semillas de acogida, semillas de
hospitalidad.
Por qué 25 de diciembre
El primer testimonio
que tenemos, en Occidente, de la fiesta del nacimiento de Cristo fijada en el
25 de diciembre, es el Calendario llamado filocaliano, escrito en el año 354.
Después de la lista de los días de la muerte de los obispos de Roma, está la de
las fechas de las conmemoraciones de los principales mártires, que empieza con
este dato: “25 de diciembre: nació Cristo en Belén de Judá”.
Dos circunstancias
determinaron la instauración de esa fiesta especial dedicada al nacimiento de
Cristo:
·
1ª circunstancia: el desarrollo del dogma cristológico
·
2ª circunstancia: el hecho de que en el mundo pagano el 25 de
diciembre era celebrado como un día de fiesta especialmente importante en honor
del Natalis Solis invicti, el
Nacimiento del Sol victoriosos, y es interés que tuvo el emperador Constantino
en unir el culto solar con el culto cristiano.
En cuanto a la
primera circunstancia, hay que tener en cuenta que en el año 325 el Concilio de
Nicea había afirmado solemnemente que. Desde el mismo momento de la concepción
y el nacimiento de Jesús el Verbo de Dios se había unido a la humanidad de
Cristo y, por tanto, no tenían razón los que afirmaban que la divinización de
Jesús tuvo lugar en el momento del bautismo. Por eso, celebrar en una misma
fiesta el nacimiento y el bautismo parecía contribuir a la confusión y era
mucho mejor instaurar una celebración exclusiva del nacimiento de Cristo en la
que se festejara la plena “manifestación” de la divinidad en la humanidad de
Jesús.
En lo que se refiere
a la segunda circunstancia, tanto en la forma del culto de Mitra, de origen
oriental, como en la de la celebración del “sol victorioso”, el 25 de
diciembre, que coincide con el solsticio de invierno –cundo los días vuelven a
alargarse-, era una fiesta muy arraigada en las costumbres populares, de modo
que los mismos cristiano se sentían inclinados a celebrarla. Después de unos
intentos infructuosos de combatirla, los pastores de la Iglesia se inclinaron
por cristianizarla, viendo que podía ser providencial la circunstancia de que
una fiesta originariamente destinada a celebrar el “nacimiento” del Sol
material se convirtiese en una celebración del “nacimiento” de Jesucristo, el
Sol espiritual. De este modo, sin cambiar siquiera su nombre (Natalis = Natividad
o Navidad), el 25 de diciembre se transformó en una fiesta cristiana.
Sin embargo, tenemos
una serie de datos que nos muestran lo difícil que era erradicar del pueblo
cristiano las antiguas costumbres vinculadas al culto del Sol. San Agustín
exhortaba a los cristianos a no adorar al Sol el día 25de diciembre, tal como
hacían los paganos. Y el papa san León Magno, en un sermón pronunciado en el
año 441, reprendía a los cristianos que el día de Navidad celebraban el
nacimiento del Sol en vez del de Cristo: “El tentados se esfuerza por malograr
la alegría de la fiesta de hoy, engañando con falacias venenosas a algunas
almas sencillas y haciéndoles creer que el sentido de la fiesta de hoy no es
tanto el de la conmemoración del nacimiento de Cristo, cuanto el de un nuevo y
glorioso, según dicen, nacimiento del Sol. ¡Lejos de toda alma cristiana ese
tipo de supersticiones! Hay una distancia infinita entre lo eterno y lo
temporal, entre el espíritu y la materia, entre el Creador y la criatura.
Aunque el Sol posea una belleza admirables, no por ello debe ser adorado como
un dios”.
Sin embargo, la idea
de que Cristo
es la Luz del mundo que brilla en medio de las tinieblas no
depende de la fiesta del 25 de diciembre: ya existía en la fiesta del 6 de
enero y podemos decir que estaba en el interior del cristianismo con
independencia del influjo de cualquier fiesta de origen pagano.
La solemnidad de la
Natividad del Señor tiene formularios diferentes de misas, el primero para la
vigilia, y los otras tres para las misas de medianoche, de la aurora y del día,
de acuerdo con una antigua tradición romana. Aunque, por razones pastorales,
dichos formularios se pueden utilizar indistintamente, resultan mucho más
expresivos cuando, como pasa en las catedrales y en los monasterios, las
celebraciones corresponden a los diversos momentos mencionados. Ello vale
especialmente para la solemne misa de la medianoche –llamada “Misa del gallo”,
por su proximidad horaria al canto del gallo anunciador del alba-, que en todas
partes goza aún de un gran favor popular, siendo una de las celebraciones más
concurridas de todo el año, con una serie de elementos característicos: villancicos,
adoración de la imagen del Niño Jesús, instalación del belén.
Las lecturas bíblicas
de esas misas son las mismas todos los años, sea cual fuere el ciclo
correspondiente: A, B o C.
·
En la misa vespertina de la vigilia, se proclama
la profecía de Isaías que habla de la alegría que Dios encontrará en el pueblo
escogido, el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que relata el testimonio
que san Pablo dio de Cristo, el hijo de David, en la sinagoga de Antioquía de
Pisidia, y el evangelio de Mateo que contiene la genealogía de Jesús y el
relato de su nacimiento virginal. La misa de medianoche contiene las siguientes
lecturas: el anuncio alegre del profeta Isaías de que “un niño nos ha nacido,
un hijo se nos dado”, la afirmación de san Pablo en su carta a Tito de que “ha
aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, y
el emotivo relato del nacimiento de Jesús en Belén según el evangelio de san
Lucas, con el mensaje que los ángeles dirigen a los pastores: “Hoy, en la
ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.
·
La misa de la aurora vuelve a utilizar a los
mismos autores bíblicos: Isaías nos invita a mirar al “Salvador que llega”, la
carta de san Pablo a Tito nos dice que, con la venida de Cristo, “ha aparecido
la bondad de Dios y su amor al hombre”, y el evangelista Lucas se complace en
mostrar que los primeros que se dieron cuenta de la importancia del nacimiento
de Jesús fueron unos sencillos pastores de la comarca de Belén.
·
La misa del día ofrece unas lecturas con un
gran contenido teológico: Isaías presenta el alcance universal de la salvación
de Dios, la carta a los Hebreos ve la venida de Cristo como la culminación de
todas las revelaciones divinas anteriores, y el prólogo del evangelio de Juan,
después de adentrarse en las profundidades de la divinidad, describe el gran
misterio de la encarnación: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de
gracia y de verdad”.
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