lunes, 5 de diciembre de 2011

Acudir al desierto

Ups!! Acudir al desierto…, surge temor, no es fácil, si la mayoría de las veces intento huir de esa aridez, porque la desnudez, la vulnerabilidad, duelen; y ahora se me invitas a acudir … y descubrir que también en el desierto hay positividad, despojarme de lo superfluo, hay silencio, soledad para encontrarme contigo. Tan afanada en querer huir del desierto, ¡qué pocas veces te he dado oportunidad en mis desiertos! Las veces que he llegado al desierto han sido porque no he encontrado otro camino, y no he sabido encontrar la gracia en estos momentos, lo he vivido con resignación pero con las ganas de cruzar cuanto antes al otro lado del río; y ahora, descubrir la paradoja de sentarme para escucharte, para ver, oír y mirar, para ver a tantos en la misma situación, con la necesidad de ser “bautizados”.


Escuchar a Juan que viene con un mensaje que también va dirigido para mí, ¿cuáles son los montes que hay que abajar, y los valles que hay que elevar? Probablemente abajar el orgullo del ‘yo sola puedo’ y elevar los valles del amor para con el prójimo, con la familia, con los amigos, con la gente que está a mi alrededor.

Palabras dirigidas a mí, que me invitan a cambiar y me dicen ¡prepárate!; y volver, y a solas contigo Señor, seguir con mis miedos:

«Señor, agotada del camino vuelvo a ti
noche tras noche, día tras día,
pero vuelvo con las manos vacías, desnuda,
y con el alma cargada de tantas emociones, sí, emociones,
positivas y negativas, pero emociones…
Desconozco qué estoy haciendo de mí,
desconozco que estás haciendo conmigo,
sólo se escuchar y acoger, compartiendo tu amor.
Dios mío, hay tanto sufrimiento,
hay tanto miedo, tanta soledad,
estamos en un mundo que necesita AMOR.
Y sigo buscando respuestas,
¿por qué me has mirado? ¿qué deseas de mí? ¿cuál es mi misión?
 me siento tan inútil, tan diferente, tan rara,
y sólo puedo acoger a esos mis hermanos y agradecerles
porque me regalan el don de su vida
una vida difícil, complicada, pero un don.
Necesito respirar pausadamente,
calmar mi interior acelerado,
abrirte el corazón y depositar en ti todo lo que me han donado,
pero nada es mío, mis manos siguen vacías
¿por qué depositan en mí sus pequeños tesoros?
surge el miedo, el yo no puedo,
y Tú me extiendes tu mano,
de mí sólo brotan dos palabras gracias y hágase».

Aunque muchas veces no comprenda, seguir pidiendo un corazón nuevo e ir sin prisas.


Norka C. Risso Espinoza