Aquí encontraréis reflexiones, comentarios, oraciones, vídeos... que nos ayuden a vivir en positivo desde la fe, la esperanza y la caridad; como urdimbres de la pastoral sanitaria. Este material versará sobre Pastoral de la Salud, Bioética y Cuidados Paliativos (#PASBIOPAL); siendo ésta una forma de realizar una labor evangelizadora desde la Hospitalidad, como valor del que me he ido empapando a lo largo de los años trabajados con los Hermanos de San Juan de Dios.
Del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que este año lleva el lema, “Destinados a proclamar las grandezas del Señor”. Durante estos días, en las diócesis españolas, se organizan distintas celebraciones ecuménicas. La Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales ha editado unos materiales par facilitar su preparación que puedes encontrar aquí.
En el hemisferio norte la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo, que tienen un hondo significado. En el hemisferio sur donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, las Iglesias frecuentemente adoptan otras fechas para celebrar la Semana de Oración, por ejemplo en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926), que representa también otra fecha significativa para la unidad de la Iglesia.
Teniendo presente esta exigencia de flexibilidad, invitamos a utilizar estos materiales a lo largo de todo el año para expresar el grado de comunión que las Iglesias ya han alcanzado y para orar juntos para llegar a la plena unidad querida por Cristo. Podéis encontrar más información y material aquí
Con inmenso
gozo honramos en este día a María, bajo la advocación de Ntra. Sra. de la Paz,
la que fue protectora continua de San Juan de Dios llamada por él «la siempre
entera». Aquella que desde los inicios de la Orden Hospitalaria de San Juan de
Dios ha sido protectora especial, patrocinio de los Hijos de Juan de Dios y
Buen Consejo en su quehacer diario junto al enfermo, en su anuncio de salvación
y paz para el que sufre, para el que se siente vulnerable, para el que se
siente solo.
Nos
encomendamos a Ntra. Sra. de la Paz y confiamos que nos cuide y nos aliente, que
nos proteja y nos guíe, y nos anime a la Familia Hospitalaria a ser fieles
seguidores de su Hijo Jesús y de tu fiel seguidor San Juan de Dios.
Hoy 20 enero, recordamos la Conversión de San Juan de
Dios. La conversión se inició en Granada, escuchando al Maestro Juan de Ávila.
Desde ese momento inicia un nuevo camino, un camino de HOSPITALIDAD, de servicio
y acogida a los enfermos y necesitados.
«Horno ardiente de
caridad es el corazón de Juan de Dios. Su vida está revelando a las claras el
ardentísimo amor de Dios que arde en su pecho. Pero hay una hora en su vida en
que este divino fuego se avivó en tal medida que abrasa su hermoso corazón.
Hora memorable, de trascendencia imponderable fue aquella del día de san
Sebastián, cuando el librero de Granada asiste con devota religiosidad a los
solemnes cultos con que la Iglesia honraba la memoria y virtudes del ilustre
Mártir Romano; hora de gracia, cuando oyendo la divina palabra caldeada en el
celo encendido del Maestro Ávila, un rayo de luz celestial alumbra su alma y se
enciende su corazón en las llamas de amor que el Espíritu Santo aviva.
La voz del predicador era un tubo de oro por donde el
Divino Espíritu se comunicaba a los oyentes y los encendía en el fuego de la
divina caridad. Juan oía la palabra y se encendía el corazón. La palabra del
apóstol, cada vez más vibrante y encendida, acaba por agitar la llama, y el
corazón rompe en un volcán de amor de Dios, gritando: «Misericordia, Señor,
misericordia».
Las manifestaciones de amor son muchas y en su frenesí
no repara medios; grita en el templo; golpea su pecho; se arroja al suelo;
abofetea su rostro; y entre tanto suspira por aquel amor misericordioso que
redimió al mundo del pecado. Juan quiere amar a su Dios cuanto es amable.
El amor hace locuras para granjearse el cariño del
amado. Juan de Dios sale por las calles haciendo mil demostraciones de locura
porque su corazón ansioso de amar más y más a Dios no halla medio más eficaz
para demostrarlo. Solo él conoce qué género de locura es aquella; la
muchedumbre lo ignora, por eso saliendo a su encuentro lo toma y encierra en el
Hospital. Pero, ni el ardor se templa con las humillaciones; ni se enfría con
los desprecios; ni es capaz su pecho de represar aquellas fuertes avenidas de
amor de Dios y desprecio de sí mismo.
El espíritu de Dios se ha comunicado a Juan y todas
las señales del divino espíritu se notan en él: elevación del alma, moción y
enternecimiento, heridas del corazón, desarraigo y destrucción de vicios,
crecimiento y arraigo de virtudes, celestial rocío de devoción, encendimiento
de caridad, allegamiento a Dios del alma y de todas las facultades. El
pastorcillo de Oropesa es ya un apóstol.
Juan de Dios mirando de hito en hito a Jesucristo,
enamorándose de Él, encendiéndose en el fuego de su Corazón es el cuadro que
falta por dibujar. En él ha de resaltar la comunicación de amor de Jesús que le
convierte en el Apóstol de la caridad y en Fundador de la Orden del amor por
excelencia.
El amor con todas sus delicadezas y exquisiteces, con
todas sus valentías y heroísmo es,
en adelante, quien informa toda la conducta
de Juan de Dios. Su vida es de caridad sin límites y todo cuanto emprende va
movido por ella. Se ve tan penetrado de caridad que parece su esencia misma;
ver a Juan es ver la caridad viva. Cuantas hazañas virtuosas realiza en su
vida, más que otra virtud resalta el amor divino: si sufre injurias, si obedece
a sus directores, si ayuna con rigor y macera su cuerpo, lo mismo que si llena
el hospital de pobres y toma sobre sus hombros el alivio de ellos, si hace
oración, si trabaja, en vida y en muerte, el amor de Jesús es el que
visiblemente campea. ¿Y cómo así? Amor y Juan son como fuego y ascua. El fuego
consume al ascua y el ascua alienta al fuego. El amor abrasa a Juan y Juan da
vida al amor en su corazón endiosado. Como la esposa atrae todo el amor por
la fuerza de conquista que ha obtenido
sobre el corazón de su esposo, la divina caridad con quien Juan de Dios se ha
desposado atrae completamente su alma; de aquí se sigue una total
transformación de Juan de Dios; porque siendo Dios la caridad, según el sagrado
texto, “Deus Caritas est”, Dios es Caridad, y siendo la caridad de Juan, Dios
es de Juan y Juan es totalmente de Dios.»[1]
San Juan de Dios, escribía en la Primera Carta a la
Duquesa de Sesa: «Si considerásemos lo grande que es la misericordia de Dios,
nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiésemos; pues al dar nosotros,
por su amor, a los pobres, lo que de Él mismo hemos recibido, nos promete el
ciento por uno en la bienaventuranza. ¡Oh estupendo lucro y ganancia! ¿Quién no
querrá dar lo que tiene a este bendito mercader? No hay para nosotros trato tan
ventajoso. Por eso nos ruega, con los brazos abiertos, que nos convirtamos y
lloremos nuestros pecados, y que hagamos caridad, primero a nuestras almas y
después a los prójimos, porque como el
agua apaga el fuego, así la caridad borra el pecado» Estas mismas palabras nos
podrían servir hoy a cada uno de nosotros para vivir el Jubileo de la
Misericordia.
Si recordamos nuestro compromiso bautismal y nuestra
vida cristiana no tenemos otro modelo ni medida que Jesucristo servidor y
evangelizador de los pobres, el que nos muestra con su vida el corazón de Dios.
Para Juan de Dios nuestra vida cristiana tiene sentido y es coherente si
imitamos a Jesucristo servidor y evangelizador de los pobres, siendo fiel
reflejo del amor entrañable y misericordioso del Padre.
[1]Tomado de Textos litúrgicos de la
Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.
Si existe Dios y dicen que es
bueno y todopoderoso… ¿por qué no impide el mal en el mundo?, ¿por qué
sufrimos? Nos encontramos ante el problema del mal, nunca completamente
resuelto. Pero si quieres investigar un poco más, si no te vale cualquier
respuesta, con este vídeo puedes seguir buscando.
10 PREGUNTAS SOBRE EL
SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
1. ¿Ha
creado Dios el mal y el sufrimiento
Dios es Bueno, inmensa e
infinitamente Bueno. En cuanto Bueno, creó cosas buenas. Entonces, ¿dónde está
el mal y de dónde proviene? ¿Cómo encaja el mal dentro de un universo creado y
ordenado por Dios?
Quizá, antes de preguntarnos
por el origen del mal, deberíamos preguntarnos por su naturaleza, es decir,
¿qué es el mal? Esto es lo que hace san Agustín, y llega a la conclusión de que
el mal no es. El mal, explica, es la ausencia de bien. Y si el mal no es, ya no
es preciso discurrir sobre la procedencia de algo que no es.
2. Si
Dios no ha creado el mal, ¿de dónde procede?
Lo primero que hay que hacer
es distinguir entre el mal moral y el mal físico, es decir, entre el mal
causado por nosotros mismos y el mal cuya causa está en la naturaleza.
De manera que el
origen del mal moral está en nuestra libertad, o, mejor dicho, en el mal
uso que hacemos de nuestra libertad, y es, por tanto, responsabilidad nuestra.
Aquí podemos hablar del terrorismo, de las guerras, del hambre en el mundo; y
también del egoísmo, de la envidia, del odio, de la incomprensión, y de un
larguísimo etcétera.
El origen inmediato del
mal físico es la naturaleza. A veces
de ciertos fenómenos naturales se deriva destrucción y sufrimiento. Dichos
fenómenos naturales se derivan de las leyes físicas y son necesarios para que
el universo físico mantenga su equilibrio. En sí mismos no podemos decir que
sean malos.
Sin duda alguna, el
mal más profundo es el que tiene su origen en el corazón del hombre. La
prueba más evidente está en el hecho de que se puede sufrir y ser feliz. Sin
embargo, no se puede ser malo y auténticamente feliz. La enfermedad, la muerte,
las desgracias espantosas causadas por catástrofes naturales son, ciertamente,
una fuente inagotable de sufrimientos. Pero el mal que tiene su origen en el
odio, en la envidia, en la crueldad, ese mal que sale del corazón es lo que
ahoga la vida del ser humano y lo que se hace más insoportable.
3. ¿Podemos
sacar algún bien del sufrimiento?
Hay quien sostiene que el mal
y el sufrimiento son necesarios para que podamos madurar y para que podamos
apreciar las cosas buenas de la vida. ¿Puede una persona que nunca ha sufrido
alcanzar la madurez psíquica y emocional? El famoso escritor inglés C.S. Lewis
sostiene en alguna de sus obras que el sufrimiento es como el cincel que
utiliza Dios para irnos moldeando, para hacernos mejores (CS Lewis, El
problema del dolor, Rialp, Madrid 1999).
En todos los tiempos y en
todas las culturas encontramos proverbios que destacan el valor educativo del
sufrimiento. Ciertamente, cuando alguien es capaz de enfrentarse al sufrimiento
y de superarse, midiéndose con la dificultad, puede obtener algún beneficio de
la prueba a la que se ha visto sometido.En este sentido se han pronunciado
muchos hombres ilustres: “Hay cosas que no se ven como es debido hasta que las
miran unos ojos que han llorado” (Luis Veuillot). “El hombre es un aprendiz, el
dolor es su maestro, y nadie se conoce hasta que ha sufrido” (Alfred de Musset).
“El hombre se mide cuando se mide con el obstáculo” (Sain-Exupéry).
Son frases bonitas, y tienen
un punto de razón. Pero hay que reconocer que no producen ningún consuelo a
quien se encuentra sumido en el sufrimiento. En todo caso, pueden ayudar a quien
se ha enfrentado a la dificultad, al fracaso, al dolor, y lo ha superado.
4. Ahora
podríamos preguntarnos, ¿por qué no creó Dios un mundo sin pecado?
La respuesta a esta pregunta
es que eso fue, precisamente, lo que Dios hizo: en el principio, Dios creó un
mundo sin pecado, tal como nos cuenta el Génesis. Pero el hombre utilizó su
libertad para el mal, para el pecado.
5. Entonces,
podemos seguir preguntando, ¿por qué creo Dios un mundo en el que iba a entrar el pecado con tan desastrosas
consecuencias? ¿Por qué no creó Dios un hombre sin libertad para pecar?
Preguntar por qué Dios no
creó seres humanos sin libertad para pecar es como preguntar por qué no creó
los círculos cuadrados. Un mundo sin libertad sería un mundo sin seres humanos.
La libertad es algo que pertenece a nuestra esencia. No puede haber seres
humanos sin libertad. Si Dios hubiera creado un mundo sin libertad, ese sería
un mundo sin odio, pero también sin amor; un mundo sin pecado, y también sin
virtud; un mundo sin sufrimiento, pero también un mundo sin alegría. Dios nos
ha dado una voluntad libre para que podamos amar, a Él y a los demás hombres,
porque sin libertad no puede haber amor, sólo puede haber
necesidad. El amor, para ser tal, tiene que ser voluntario.
Claro que, al crearnos libres
Dios corría el riesgo de que el hombre utilizara su libertad no para amarle,
sino para apartarse de Él; no para hacer el bien, sino para hacer el mal. En
ese sentido, podemos decir que el pecado es el precio del amor. Desde el
momento en que Dios decide crear al ser humano, racional y libre, estaba
asumiendo la posibilidad de que el hombre pecara. ¿Por qué? Porque, Dios
es de tal modo bueno y poderoso que puede sacar bien del mismo mal.
6. ¿Cómo
puede Dios sacar bien incluso del mal?
Ofreciéndonos su ayuda para
obtener bienes superiores de todo el mal que padecemos (aunque no por esto el
mal se convierte en un bien). Ahora bien, esto no equivale a concebir la
Providencia de Dios no como un plan que está colgando sobre nuestras cabezas,
como un destino inexorable. La Providencia divina es una presencia, una
compañía ofrecida al hombre. Presupone, por lo tanto, la entrega del hombre, su
confianza y abandono en las suaves manos de Dios.
Claro, que el hombre
puede admitir esa compañía, esa ayuda de Dios en su vida, o puede rechazarla.
Dios no nos coacciona, no nos fuerza. Dios nos ofrece su ayuda, pero no nos la
impone. Dios actúa con suma delicadeza: actúa amándonos, inspirándonos,
hablándonos al oído, suscitándonos ideas y sentimientos, inclinando nuestra
voluntad, atrayéndonos hacia sí. A veces Dios interviene en nuestra vida de
forma misteriosa y nos cuesta reconocer el modo en que nos ha ido guiando.
Otras veces podemos reconocer su intervención a través de las personas que va
poniendo en nuestro camino, de los talentos que recibimos, a través de los
acontecimientos que nos van sucediendo, de las inquietudes que despierta en
nosotros.
De ello nos ofrece algunos
ejemplos la Biblia, en la historia de José, de Moisés y de Tobías. Y también
podemos encontrar ejemplos impresionantes en la vida de grandes santos, como
San Ignacio de Loyola, que resultó herido en el asedio de Pamplona y su forzado
reposo le permitió leer una serie de libros de espiritualidad que provocaron en
él un cambio radical de vida. Un caso similar es el de San Francisco de Asís,
que fue hecho prisionero y encarcelado en Perusa a la edad de veinte años, lo
cual le permitió revisar toda su vida, hasta entonces vacía y superficial, y
convertirse en uno de los santos más grandes de la historia de la Iglesia. Una
herida de bala y una estancia obligada en la cárcel son, indudablemente, un
mal. Pero Dios estaba allí para ayudar a estos dos hombres a aprovechar esos
momentos de dolor y conducirles a la obtención de un bien superior.
7. Entonces,
¿qué implica creer en la Providencia divina?
Creer en la Providencia
equivale a vivir siempre confiado en Dios, sabiendo que estamos en sus manos,
que nada ocurre sin que Él lo permita y que, siendo como es el Sumo Bien, todo
va a redundar en beneficio nuestro. Creer en la Providencia equivale a creer
que el amor de Dios no se deja vencer por el mal, sino que, “vence con el bien
al mal” (Rom 12,21).
Así, cuando una persona cae
enferma, los médicos tratarán de hallar la causa de dicha enfermedad, que podrá
ser un virus, una bacteria, el mal funcionamiento de un órgano, o lo que sea.
Pero lo que no se les ocurrirá decir es que Dios es el causante de la
enfermedad. Cuando alguien se mata en un accidente de coche, la causa puede
haber sido un fallo mecánico, un perro que se cruzó en la carretera o una placa
de hielo. Lo que no podemos pensar es que Dios puso ahí esa placa de hielo o
ese perro para que el coche se estrellara, ni que estuvo manipulando el motor
la noche anterior. De la misma manera, ante una desgracia cualquiera, un
cristiano no puede pensar que Dios es la causa de ese sufrimiento. Lo que el
cristiano debe saber y sentir es que si Dios ha permitido ese dolor o esa
desgracia, es porque va a sacar de ahí un bien superior.
De manera que el significado
de la Providencia de Dios en el mundo se manifiesta verdaderamente cuando
promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y
en el hombre. Este es el contenido fundamental del mensaje salvador de Cristo
8. Entonces,
¿cuál debe ser la actitud del cristiano ante el dolor y el sufrimiento?
El cristiano tiene la
obligación de esforzarse por construir un mundo mejor, en el que reinen la
justicia y el amor. La confianza absoluta que debemos tener en Dios no nos
dispensa nunca de obrar. La afirmación bíblica de la Providencia universal de
Dios no puede degenerar en fatalismo ni en apatía, pues la Biblia afirma
reiteradamente que Dios ha creado a los hombres libres y que tenemos el deber
de usar bien esa libertad.
Por eso, en la visión cristiana,
la historia es obra conjunta de la Providencia de Dios y de la libertad del
hombre: Dios crea el mundo y actúa en él mediante su Providencia; y el hombre
con su inteligencia y su libertad debe colaborar con Dios en la perfección del
mundo. El cristiano no puede desentenderse de las realidades mundanas, no puede
quedarse “pasmado mirando al cielo”, porque tiene un compromiso en la
perfección del mundo.
9. Pero,
seguimos preguntando ¿qué hace Dios ante la realidad del sufrimiento?
Si miramos a Dios buscando
una respuesta ante tanto sufrimiento nos encontraremos con que la respuesta de
Dios es Jesucristo en la cruz. Esa es la respuesta desconcertante de Dios. En
la cruz nos encontramos con Cristo desfigurado, roto de dolor, desgarrado,
rechazado por todos, maldecido por los hombres: pero sin dejar de amarlos. En
la cruz encontramos a Dios que hace suyo nuestro dolor y no nos deja solos en
la noche oscura del sufrimiento. Si el misterio del mal es indescifrable, el
del amor de Dios lo es más todavía. Desde la cruz Cristo nos revela la locura
de su amor y nos invita a volver a la casa del Padre, y sabemos que el Padre
está esperándonos con los brazos abiertos.
Cristo no ha venido a
suprimir el sufrimiento, ni a explicarlo: lo que ha hecho ha sido darle un
sentido nuevo. Asumiendo el dolor y el sufrimiento, compartiéndolo con los
hombres, lo ha convertido en misterio de salvación. La fe en el sacrificio de
Cristo en la cruz es la única respuesta válida al problema del mal. Mejor
dicho, no es la respuesta sino la “buena noticia”: el amor triunfa
sobre el mal. Cristo ha venido al mundo para salvarnos, para librarnos del
pecado. Cristo puede hacernos superar nuestras miserias, nuestros egoísmos,
nuestras envidias, en definitiva, puede hacer que los hombres dejemos de
hacernos el mal unos a otros. El cristianismo, por tanto, no puede
suprimir el dolor ni el sufrimiento en esta vida, sólo puede, mirando a la
cruz, llenarlo de sentido.
10. ¿Resignación?
o ¿Esperanza
Por otra parte, sabemos
que los sufrimientos de esta vida se acabarán y que en el
mundo futuro que Dios nos tiene prometido, “pondrá su morada entre ellos y
ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda
lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas,
porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,3-4).
Ahora bien, todo esto no nos
puede llevar a una actitud de mera resignación. En el Evangelio no encontramos
ni resignación ni conformismo. El Evangelio enseña que el mal puede ser
vencido con el bien y, por tanto, no levanta la bandera de la resignación sino
la bandera de la esperanza.Como decía Martín Descalzo que “no hay que
confundir resignación con aceptación serena de la realidad, siempre que se
entienda que la realidad no es una piedra para sentarse en ella a llorar, sino
un trampolín en el que hay que apoyar bien los pies para saltar constantemente
hacia otra realidad mejor. La resignación pasiva es un suicidio diario. La
aceptación cristiana es el esfuerzo diario por levantarse tras un tropezón” (Martín
Descalzo, Razones para el amor. Atenas, Madrid 1996).
La actitud del cristiano ante
el dolor y el sufrimiento debe consistir en luchar por superarlo y, cuando no
es posible, asociarlo al sufrimiento de Cristo en la cruz y vivirlo como una
experiencia salvífica y de plenitud.
Señor, tú que manifestaste a tu Hijo en este día a todas las naciones por medio de una estrella, concédenos a los que ya te conocemos por la fe, llegar a contemplar, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria; y a los que aún no te conocen, hazte el encontradizo entre ellos. Que todos nos sintamos acompañados por tu misericordia, sobre todo en nuestros momentos de dificultad, y cuando lo necesitemos encontremos aquellas estrellas que nos guían hasta ti.