martes, 30 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

Anunciar el amor del AMOR

Desde marzo, que viví esta experiencia, ya han pasado días, sí, aún así, siempre es bueno recordar, ya que no podemos dejar de lado nuestra propia historia, es desde ella que seguimos caminando para llegar a la meta, mientras tanto nos toca seguir viviendo una historia de salvación personal y eclesial, por eso comparto con vosotros esta especie de carta que escribí en aquella Pascua. Estamos en pleno Adviento, pero la finalidad es la misma anunciar el amor del AMOR:

Amar al Amor, con esta finalidad un grupo de la Guardia de Honor del Corazón de Jesús nos hemos sentido llamados a vivir y experimentar estos días una ‘Pascua Contemplativa’, tiempo de reflexión y de oración, en el que no sólo hemos querido acompañar a Jesucristo, sino que además nos hemos sentido inmensamente acompañados por Él. ¿Cómo agradeceré al Señor tanto bien que me ha hecho?... (Salmo 115)

Gracias a las hermanas Salesas del Primer Monasterio de la Visitación, a su oración constante y la oración de tantos amigos de la Guardia de Honor que nos han estado acompañando en el corazón de Jesucristo, hemos podido tener un encuentro con el Amor, un encuentro en el que nuestro corazón se colma del amor de Cristo, un encuentro en el que experimentamos la gracia de sentirnos arropados en el Corazón traspasado de nuestro Señor, hemos sentido el gran amor que Dios siente por cada una de sus criaturas.Ya el Jueves santo, en el Cenáculo y Getsemaní comenzábamos a saborear y vivir el misterio del corazón de Cristo, acompañándolo en la Eucaristía, y en aquella noche oscura vivíamos con Él su amor, en esa noche el corazón de Cristo, ardiendo de amor, se preparaba para darse, pedía al Padre por cada uno de nosotros. El Viernes santo nos abrió su corazón, daba sentido a nuestro ser cristianos, y meditábamos las ‘siete palabras’, aquel viernes santo su corazón fue traspasado por la lanzada en la cruz, todo el amor que derrochó en ese momento, sigue manando en nosotros, por ello desde la Guardia de honor del Sagrado Corazón de Jesús ofrecemos una hora al día como prueba de amor y reparación al corazón de Cristo, herido de Amor, por ello es tan importante para nosotros el primer viernes de mes. El Sábado santo acompañábamos a María en su soledad, en silencio nos preparábamos para el gran día, la Pascua del Domingo de Resurrección, para experimentar que Cristo vive, ha resucitado, y poder sentir cada uno, lo que dijo santa Margarita María de Alacoque: ‘¡Ojalá pudiera contar todo lo que sé de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en su corazón adorable, y que quiere derramar con abundancia sobre todos los que la practiquen!’, eso es lo que nos toca vivir ahora, anunciar el amor del AMOR.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 30 de noviembre de 2008

Para la familia

Ya han pasado unos días, desde que el Señor decidió llevarse a la tía Judit, ya estará gozando en los brazos del Padre e intercediendo por nosotros, estará disfrutando de otras alegrías que entre nosotros no pudo disfrutar, como el reencuentro con Corina y otros seres queridos...

Si bien es cierto que a nosotros nos deja cierta tristeza su partida, también es cierto que nos deja la alegría de lo poco o lo mucho compartido con ella. A vosotros además la satisfacción del trabajo bien hecho hasta el final, el cariño, la entrega, el ser y estar en cada momento de su vida.


Y aunque en esos momentos siempre caen lágrimas por su partida, y se nos queda el corazón encogido porque un trocito de nosotros se nos va, también es verdad que dentro de nosotros arde una llamita de luz con todos los buenos recuerdos vividos con ella, y mucho más para sus seres más queridos y cercanos.

Por tanto agradecer a la tía Judit por su presencia y por todos aquellos de vida que nos regaló, y a vosotros, hij@s, niet@s, sobrin@s,... pero sobre todo a la tía Laura, daros una palmadita en la espalda porque estuvisteis allí hasta el final, además, palabras de consuelo, porque la tía sigue viva en nuestros corazones, y mucho ánimo para seguir caminando con la confianza puesta en Dios y sabiendo que tenemos en el cielo, una persona más que intercede por nosotros.

Unión de oraciones y un fuerte abrazo.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Iglesia y el sufrimiento

Siguiendo a Jesucristo, para la Iglesia se convierte en imperativo el aliviar el sufrimiento, el llevar la palabra de consuelo y del triunfo verdadero al hombre postrado por el dolor y la muerte. El Padre, en el Hijo, mediante el Espíritu nos da la única vida plena que podemos alcanzar los hombres. Si el dolor es un misterio, la Vida es un don del Dios Trinitario que ha de ser acogido y vivido en toda su hondura.

La vida humana no puede desarrollarse sino dentro de la Iglesia, dentro de relaciones sociales satisfactorias. Esto se ve también en la enfermedad. El que está completamente aislado, se encuentra ya enfermo. El proceso de curación no puede realizarse sino en el marco de relaciones sociales sólidas o debe verse apoyado por estas. Por eso, es de importancia decisiva para el sufriente no sólo una mejora de sus vínculos familiares y de amistad, sino también y principalmente la relación entre el acompañante y el acompañado y la relación personal con quienes le prestan asistencia sanitaria[1].

Si el dolor dejaba a Job aislado y solitario, en la Cruz descubrimos la respuesta de Dios: un amor que se acerca, que carga con el sufrimiento ajeno, que lo hace propio. La Vida nueva surgirá de este sufrir solidario. Y es que por amor creó Dios el mundo y en amor se sintetiza todo su designio, pues Dios mismo es Amor.

Bebiendo en el manantial de la Sagrada Escritura los cristianos aprendemos que la salud humana en este mundo no es otra cosa, en el fondo, que la expresión temprana e inacabada del ansia de vida plena y eterna, de felicidad sin límites, a la que nos sentimos llamados por Dios, el viviente, de quien los hombres somos imágenes e hijos. Esta ansia brota de los más íntimo de nuestro ser y busca incesantemente manifestarse como salud en todos los planos de nuestra persona: en el cuerpo y en la interioridad, en el psiquismo y en nuestra relación con los otros seres humanos y con el universo. Es un ansia de vida tan radical y totalizante que constituye nuestro verdadero ideal de perfección. Tal ansia de vida sólo se sacia en el encuentro con Dios, es su compañía y comunión[2]. Así lo expresaba ya en el Antiguo Testamento nuestro Job. Se expresa en el Nuevo Testamento, nos los dice Jesucristo y lo manifiesta el Espíritu Santo a la Iglesia.

El tema central del mensaje de Jesús fue la predicación del reinado de Dios. Aunque este reinado ha invadido la historia humana en la persona y la misión de Jesús, la consumación del Reino de Dios ocurrirá más allá de la historia en la era por venir, cuando la creación será restaurada, y el sufrimiento y el mal definitivamente derrotados. Jesús, y ciertamente la primera generación de cristianos, interpretaban su muerte y su resurrección, como el comienzo de este proceso. Vislumbres de ese reino futuro se pueden ver en las curaciones milagrosas de Jesús. Son signos del Reino pero no su realización completa. Los cristinos debemos mantener un equilibrio entre una ‘escatología ya realizada’ que se centra en la transformación de la vida aquí y ahora dentro de la vida presente, y la que puede apreciarse en el reino de Dios haciéndose presente en las curaciones de Jesús, y una ‘escatología futura’ que destaca la transformación radical que acontecerá al final de los tiempos. Necesitamos mantener un equilibrio entre estas dos perspectivas en la tensión “ya/todavía no” que forma parte de la experiencia cristiana de salvación. El Nuevo Testamento promete un final al sufrimiento con la llegada definitiva del Reino de Dios, cuando habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde sufrimiento y dolor serán cosa del pasado, porque estaremos sumergidos en el amor de Dios y una vida que es eterna[3]. Esta visión de un mundo transformado está descrita en Romanos 8, 19-23 y en Apocalipsis 21, 1-4.

Y mientras tanto, Dios amor deja a la Iglesia colmada del Espíritu, este Espíritu sostiene al hombre en su sufrimiento, el hombre perdido del Espíritu se encuentra falto de algo que llene su vida, se encuentra fatigado y abatido, sin encontrar el alivio. El hombre necesita de la “medicina espiritual” que es Dios amor, que se hace presente en Jesucristo, salud de Dios para los hombres. Esa es precisamente nuestra misión: anunciar a Dios como fuente de vida.

El amor de Dios a nosotros es el fundamento de nuestra existencia. Nosotros existimos porque el amor de Dios nos mantiene, es el cimiento de nuestra existencia. A este respecto escribía el cardenal Ratzinger: Todos nosotros existimos porque Dios nos ama. Su amor es el fundamento de nuestra eternidad. Aquel a quien Dios ama no perece jamás[4]. Y también nos afirma como Papa: la alegría es un elemento constitutivo del cristiano pues, mientras que tras la felicidad terrenal puede esconderse la desesperanza, el camino de la fe ofrece la auténtica alegría: aquella que, además de ser compatible con las dificultades de nuestra existencia, contribuye a hacerla más fácil. El que se apoya en su fe sabe que Dios le creó para ser feliz por toda la eternidad, y que esta eterna y plena felicidad sólo la encontrará cuando encuentre a su Creador.

[1] Wolfgang WESIACK ¡Ánimo para la angustia! Actitud creativa ante la enfermedad y la crisis, (Herder, Barcelona 1995)
[2] Antonio María ROUCO VARELA, El Evangelio, la Buena Noticia de la Salud. Misión evangelizadora destinada al mundo sanitario y a la Iglesia diocesana. (Arzobispado de Madrid, Madrid 2000)
[3] Christopher GOWER, Hablar de sanación ante el sufrimiento (Desclée De Brouwer, Bilbao 2006)
[4] Joseph RATZINGER, Cooperadores de la verdad (Rialp, 1991)


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 2 de noviembre de 2008

Dios y el sufrimiento

La vida del hombre está sujeta al sufrimiento y al dolor. La enfermedad y la muerte acompañan al hombre, en su realidad débil, sin necesidad de recurrir a Dios como causa directa del mismo o hacerlo fruto de su voluntad sobre el individuo concreto.

La Plenitud se da sólo en la realidad divina como increada y como sumo Bien y Bondad, por lo que el hombre como ser creado es necesariamente inferior, lo que le confiere su categoría de débil y expuesto a las realidades hirientes.

Frente a la idea retributiva del sufrimiento como consecuencia del propio pecado, la misma Palabra de Dios en el libro de Job deja en suspenso esta idea al presentarnos el sufrimiento del justo y su experiencia profunda del amor y de la grandeza de Dios. No hay relación directa y permanente, entre el pecado de cada persona y el propio sufrimiento.

La relación sana con Dios especialmente en el sufrimiento, requiere una purificación constante. Pues fácilmente proyectamos en Él nuestros temores, deseos, pensamientos, y no nos relacionamos con Él tal cual es. Al final de la noche oscura del sufrimiento experimentamos, como Job, el misterio vivo de Dios, fuerte en la debilidad, presente en la ausencia, elocuente en medio del silencio. En el corazón del sufrimiento nos espera siempre el amor de Dios. Un Dios que sufre con nosotros para que nosotros aprendamos a amar con Él y como Él.

La apertura a Dios, cambia la dimensión experiencial de la persona que sufre, y hace al mismo tiempo vislumbrar un sentido al sufrimiento y una vivencia pacífica y serena del mismo.

En Jesucristo se descubren los rasgos y los gestos concretos de la cercanía de Dios respecto de las personas que experimentan el sufrimiento y el dolor. Sus palabras y curaciones son expresión directa de la voluntad de Dios de que las situaciones de sufrimiento y de dolor no sean definitivas, sino abiertas a la plenitud ya desde aquí y ahora.

El sufrimiento vivido por el Verbo encarnado, es el lugar de amor incondicional de Dios al hombre. El dolor vivido en unión con aquel que desde un patíbulo demostró el amor del Padre, que está presente aún en el silencio más doloroso, es elevado a la categoría de salvífico.

La Resurrección de Jesús es el inicio y el anticipo para nosotros de la afirmación última y definitiva sobre el sentido de la vida humana, aún de la vivida en dolor y aparente sin sentido. Dios tiene la Palabra definitiva en su Hijo ajusticiado: Yo soy la Resurrección y la vida... sólo Él da sentido a todo.


Norka C. Risso Espinoza

sábado, 30 de agosto de 2008

Grupo de Reflexión con nuestros mayores: ¿Y ahora qué?


Durante este curso queremos seguir caminando hacia el Amor, hacia el abrazo del Padre que nos espera lleno de amor misericordioso, porque nos ama como somos, nos conoce perfectamente y aún con nuestras inseguridades, nuestros reproches, y nuestras incoherencias nos ama.

Sí, nosotros también murmuramos y nos rebelamos en este camino de nuestra enfermedad, del sufrimiento, al igual que hizo el pueblo de Israel al salir de Egipto, y Dios sigue poniendo ante nuestro camino ‘profetas’ que nos guían, que nos animan, y hacen cambiar nuestros corazones, por eso compartimos y reflexionamos en grupo nuestras pequeñas experiencias de vida, no sólo queremos compartir vida en el día a día, sino que también queremos compartir fe.

En el camino de este curso y con el Corazón en ascuas[1], nos encontraremos no sólo con la Eucaristía, sino también con el maná que nos proporciona Jesucristo, desde su Palabra, que es vida para nosotros, así tendremos el Alimento para el camino, con la ayuda de unas reflexiones de Nouwen; y estas reflexiones, junto con nuestra participación nos ayudará a conocer un poco más a Dios, y podremos decir Lo que es Dios, desde las Escritura, desde pasajes bíblicos que nos estimulan a seguir caminando.

Pero como en todo camino, llega un momento en el que nos sentimos cansados, y por eso tendremos Vitaminas para el alma, en nuestra inquietud encontraremos aquella Palabra de Dios que nos anima a seguirle. Y una vez realizado el camino disfrutaremos de un Bizcocho bíblico con aquellas actitudes, sentimientos, valores que nos invitan a sentirnos cobijados en Jesucristo.

Este es nuestro proyecto para este curso, pero no nos podemos olvidar que estamos en el Año Paulino, y nosotros también formamos Iglesia, por ello en medio del camino, queremos escucharle e imitarle. Pablo invita a la conversión, nosotros también queremos abrir nuestro corazón a Dios, y prepararnos para pisar la Tierra Prometida que Dios nos tiene preparada, y aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón (1 Jn 3,20) y ya que el amor de Dios se nos manifiesta en el perdón, y su corazón se alegra en la fiesta de la Reconciliación[2], vamos a permitir a la gracia que ilumine las tinieblas interiores y disfrutaremos de la experiencia personal y liberadora del Sacramento de la Reconciliación.

[1] Con el corazón en ascuas. Meditaciones sobre la vida eucarística, Henri J. M. Nouwen, Ed Sal Terrae
[2] Dios es más grande que tu corazón. La fiesta de la Reconciliación, Valentí Salvoldi, Ed Paulinas


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 21 de agosto de 2008

Duelo. Con la familia.

El enfermo ya no está, ha cruzado el umbral de la esperanza, ha partido hacia los brazos del Padre y de los que le esperan al otro lado,… pero a los que se quedan aquí les ha dejado un supuesto vacío, ¿por qué digo supuesto? Pues porque aunque nuestro ser querido ya no esté con nosotros físicamente, sí hay algo que no nos podrán quitar nunca, y son los recuerdos de todo lo vivido con él, sí, esto queda grabado no sólo en nuestra mente, sino sobre todo en nuestros corazones; y aún así la familia ha de proseguir con su vida sin él, sin su presencia física.

En ocasiones la relación de atención a su ser querido ha sido bien estructurada y la despedida ha podido hacerse sin gran dificultad y de manera real tanto en el plano físico, como en el espiritual, quedando la familia con la ausencia física, pero también con el confort y consuelo de la tarea bien hecha. En esto un equipo interdisciplinar tiene mucho que hacer bien, ya que unos últimos días con síntomas incontrolados se van a vivir como un sufrimiento evitable, como de cierto abandono y... quedarán cuentas pendientes en la elaboración de la pérdida; pudiendo quedarse la familia enganchada en un duelo patológico.

Tomemos en especial consideración que según sean los últimos días de la vida del enfermo serán los días futuros de los que lo quieren, de los que con cierta tristeza ven cómo se cierra el capítulo de una vida. Nuestro acompañamiento ha de continuar hasta su total resolución. Explicar que nos pueden llamar para aclarar las dudas que puedan surgir una vez que no estemos allí, porque si bien es cierto que unos parten, somos otros tanto los que nos quedamos y podemos seguir estando presentes, acompañando, escuchando…

Pasados unos días deberíamos ponernos en contacto con la familia para expresarles nuestro sentimiento por la pérdida de su familiar, reforzarles positivamente su labor en el cuidado que prestaron al paciente evitando así sentimientos de culpabilidad, trasmitiéndoles que nos tienen a su disposición para lo que necesiten. Se les puede ofrecer la posibilidad de celebrar un funeral en compañía de los que fueron sus compañeros y del personal que les ha atendido.


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 14 de agosto de 2008

Aspectos del acto de fe

Fe como objeto y contenido
Sería el objeto material de la fe, tradicionalmente la “fides quae” (CREDO DEUM: Creo en Dios).

El objeto de la fe no es una verdad abstracta sino el ser personal de Dios (Jn 17, 3); por eso el acto del que cree no se agota en meras formulaciones sino que tiende a la relación personal.

El contenido esencial de la fe es Jesucristo, Hijo de Dios (Mc 8, 20). Cristo como objeto de la fe y, a la vez, como fundamento de la misma.

Fe como adhesión personal
Es el objeto formal de la fe, la “fides qua” (CREDO DEO: Creo a Dios).

Dios, testigo de la fe, garantiza la verdad de la Revelación. En definitiva creemos por la autoridad del Dios que revela, porque Dios da testimonio de sí. Este testimonio de Dios se expresa, según Sto. Tomás, en la vocación interior (mediante la mente, por la iluminación) y por medio del corazón (por la inspiración); y se manifiesta mediante la Palabra (Dios habla en Cristo y a través de la Iglesia) y mediante los signos.

Fe como diálogo del hombre con Dios
En analogía a lo que es e implica el diálogo interhumano (deseo de confidencia, comunicación, comunión interior).

Desde la eternidad existe la intención de Dios de revelarse al hombre; y Dios se sirve de medios humanos porque el hombre tiene necesidad de cosas sensibles. Cuando el hombre responde a esta llamada de Dios lo hace con la adhesión de la fe, cuya consecuencia es un nuevo modo de ser y de actuar.


Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 13 de agosto de 2008

El prisionero de la caverna

Para Platón existen dos mundos: el mundo sensible o aparente (mundo representado por la cueva y la oscuridad) y el mundo de las ideas o verdadero que es inteligible (fuera de la caverna, donde brilla el sol).

Cada elemento que aparece en este mito tiene un significado especial:
  • La caverna platónica: puede simbolizar el mundo aparente, material fenoménico y también podríamos decir virtual. Puede simbolizar nuestra época, donde sólo vemos las sombras de las cosas y no tenemos muy claro qué son. Esto lo vemos en el hecho de que la caverna es oscura. Las cadenas nos unen a la caverna. Nuestra ignorancia, comodidad etc. nos imposibilita salir de la caverna, de esta falsa realidad.

  • Las cadenas: pueden simbolizar el miedo, la comodidad, el hedonismo, la ignorancia, etc. del hombre postmoderno que está “atado” o sujeto a una realidad falsa y a un mundo fenoménico. Representan ese impedimento para salir del mundo aparente.

  • Los prisioneros: pueden representar al hombre postmoderno, a nosotros mismos que muchas veces nos “encadenamos” a una realidad fenoménica. Somos “esclavos”, por ejemplo de la publicidad, del consumismo, de la corporeidad, etc.

  • Las sombras: pueden simbolizar lo que podemos ver, y en muchos casos queremos ver, aunque no sean verdades sino apariencias. El hombre postmoderno prefiere ver sombras, porque éstas no implican una reflexión. El hombre postmoderno prefiere lo fácil y cómodo aunque no sea lo importante o lo trascendente.

  • La ceguera: puede simbolizar el dolor, la dificultad, y la confusión que implica para el esclavo enterarse de que existe un mundo real por conocer y que vivía en sombras y penumbras. El hombre está tan acostumbrado a ver las sombras de los objetos, que ver los objetos le provoca molestia, dolor, etc. El hombre postmoderno está acostumbrado a ver sólo lo material, lo fenoménico, empírico y funcional en las cosas y no quiere ver la profundidad de las cosas.

  • La salida: puede simbolizar la liberación del hombre (filosofía: liberación, búsqueda de la verdad), el paso de éste al mundo inteligible donde se ve la luz del sol, la claridad, la verdad. El sendero que el hombre recorre para salir es empinado y representa la dificultad que trae el “enterarse” de la existencia de otra realidad, de la verdadera. La luz del sol es la causa, el principio. Cuando el hombre logra finalmente ver las cosas bajo la luz del sol sin encandilarse empieza a admirarse de éstas. Al sentir admiración por algo el hombre comienza a reflexionar, a querer conocer, a buscar la verdad. Eros nos impulsa a que a pesar de la dificultad, subamos la cuesta y representa el coraje, el deseo de ver la realidad, trascender y conquistar la realidad.

  • El regreso: cuando el hombre ve la verdadera realidad y se da cuenta que vivía en un engaño, decide advertir a sus compañeros que todavía viven en esta falsedad y entre las penumbras. Cuando les advierte sobre la situación, éstos lo rechazan, se burlan de él, lo tratan de loco y lo apartan de ellos. El motivo de este comportamiento reside en que, como ya hemos dicho, el hombre postmoderno busca la comodidad, la facilidad aunque el resultado no sea más que apariencias y mentiras. El hombre postmoderno rechaza y discrimina a quien piensa distinto a él y cree que tiene la verdad absoluta de las cosas, cuando en realidad le queda toda la verdad, que es inagotable, por conocer y descubrir.
Cabe aclarar que Platón enseña por este mito a su discípulo la vida de un filósofo, y le pone el ejemplo de su maestro Sócrates que fue muerto a causa de su pensamiento, de sus ideales, e incluso de su forma de vida y recibió un juicio injusto donde se defendió con la verdad. Platón guarda cierto rencor a la sociedad por esto y escribe la “Apología de Sócrates” donde reproduce el juicio, las acusaciones y sobretodo la defensa y enseñanza de Sócrates a la sociedad que lo discriminó por pensar distinto.

Personalmente pienso que tenemos la filosofía para liberarnos de las “cadenas”, para poder ver la realidad completa y para poder trascender. Todos somos capaces de hacer filosofía y si no lo hacemos es por nuestra comodidad, nuestros miedos, nuestro conformismo, etc.

Las cosas tienen dos dimensiones: la superficial o aparente y la profunda. La Filosofía se encarga de buscar la profundidad, la causa primera, y la raíz de las cosas. Pienso que la Filosofía nos invita a mirar “más allá”, a cuestionarnos sobre la realidad y buscar la esencia de las cosas.

La filosofía está para desvelar la realidad, conocerla, también para encontrar el verdadero sentido de las cosas. Hacer filosofía es ver la realidad completa. Pero lo que está claro es que no hay Filosofía sin hombre que piense, que se cuestione. La función de ese hombre es transmitir la verdad, reflexionar, contemplar la realidad…


Norka C. Risso Espinoza

martes, 22 de julio de 2008

Acompañamiento espiritual al enfermo

El acompañamiento es un servicio de mediación a la persona que busca el sentido de su vida desde la coherencia interna, la interiorización de significados y las propuestas de futuro. Significa:

Ø Disponerse a entrar en tierra sagrada “descalzos” libres de algunas tendencias más o menos arraigadas como
- las de moralizar sobre lo que el enfermo dice, siente, ha hecho…
- la de responder con frases hechas y consuelos baratos…
- la tendencia a investigar o a llenar la visita de preguntas
- la tendencia a decir al otro lo que tiene que hacer, sentir o pensar
- la tendencia a decir aquello que uno mismo no se cree

Ø “Hacerse cargo” de la experiencia ajena, dar hospedaje en uno mismo al sufrimiento del prójimo, así como disponerse a recorrer el incierto camino espiritual de cada persona, con la confianza de que la compañía sana ayude a superar la soledad, genere comunión y salud en el sentido holístico.

Ø Generar salud, quien acompaña, con una discreta presencia, genera mayor confort físico, mayor estabilidad emocional, una compañía para compartir las preguntas por el sentido, las inquietudes y los malos momentos que conlleva la enfermedad.

Ø Caminar al lado, quien acompaña no dirige, sino que camina al lado, no impone sino que insinúa, no aconseja sino que discierne en común, es hacer un camino con el que sufre, yendo a su ritmo, acompasando las notas musicales del mundo interior.

Ø Simbólicamente “comer el pan juntos”, es sentarse a la mesa emocional y espiritual del enfermo e intercambiar cuanto hay en ella: sentimientos, deseos, preocupaciones, esperanzas…

En este acompañamiento, la oración y, de forma especial, los sacramentos de la Eucaristía, del Perdón y de la Unción constituyen el momento culminante del camino de la fe, del encuentro con Dios en Cristo misericordioso, a través de la mediación humana del acompañante espiritual.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 21 de julio de 2008

La familia del enfermo

A lo largo de la historia, la familia ha sido y sigue siendo, la primera y más importante institución asistencial del mundo sanitario, lo es por su cercanía, por las prestaciones que ofrece, por su comunicación, su participación, su presencia y afectividad, y, principalmente por su amor fraterno y servicial hacia el enfermo, su ser querido.

Cuando una persona enferma, la familia también enferma y se ve afectada, a veces profundamente. La enfermedad trastorna el ritmo de vida de toda la familia, puede desestabilizarla y suele producir desequilibrios emocionales. La familia necesita al igual que el enfermo, y a veces más, que se promueva y acompañe el desarrollo de la parte espiritual, dentro de la asistencia integral del paciente.

El primer momento de intervención que se realiza con la familia, se produce en el momento de la acogida, es cuando podemos empezar a dar un apoyo humanizado, primero tenemos que conocer a la familia, acercarnos y escuchar sus problemas, según las necesidades, buscamos medios y cauces para estar cerca y acompañarlas, para poder resolver los diversos problemas, teniendo siempre en cuenta que trabajamos formando parte de un equipo multidisciplinar.

Se realizan posteriores seguimientos, que nos ayudan a entender y vivir mejor nuestro acercamiento al paciente, dentro del marco familiar, extendiendo a estos nuestra misión evangelizadora y de humanización.

En nuestro acompañamiento espiritual, no podemos permanecer insensibles ante el sufrimiento que ocasiona en la familia la enfermedad de alguno de sus miembros, tenemos que ser apoyo emocional, compartiendo el sufrimiento y las penas que la enfermedad conlleva, infundiendo consuelo y esperanza, reconfortando en la angustia, ayudando a liberar miedos y temores, estando cerca de la familia abrumada por la enfermedad.

A la familias también se les puede invitar a celebrar la fe y los sacramentos, junto con los pacientes y demás miembros de la comunidad terapéutica, haciéndoles partícipes de la vivencia que experimentan sus seres queridos, en su relación consigo mismo, con los demás pacientes, y con Dios amigo, en la convivencia y en la integración, inspirando en los familiares el amor y la fraternidad.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 20 de julio de 2008

La gratificante labor de los médicos del alma

La gratificante labor de los médicos del alma
Publicado en VIDA NUEVA el 30-05-08

“Los capellanes estamos a disposición de las necesidades espirituales del enfermo”
Con motivo del debate suscitado desde diversos medios de comunicación por la presencia del Servicio de Asistencia Religiosa dentro de los comités de bioética de los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, Vida Nueva ha querido acercarse a conocer de primera mano cuál es la auténtica realidad de los capellanes hospitalarios. Para el sacerdote Víctor Hernández, miembro del comité de bioética del hospital madrileño Gregorio Marañón, ésta es un polémica “que surge interesadamente y fuera de contexto”.
Hernández defiende que “los comités de bioética no deciden ningún tratamiento, sino que son un órgano consultivo donde se aprueba un dictamen orientativo, y, lógicamente, dejar fuera la dimensión espiritual del enfermo sería un error”. El capellán del Gregorio Marañón resalta que no se trata de cubrir puestos, sino de aportar y garantizar la espiritualidad de las personas: “En muchos hospitales no hay sacerdotes en el comité de bioética por no tener la formación adecuada. Además, en ellos no se trata de sumar votos, sino de unir sensibilidades hasta llegar a un acuerdo común”, señala Víctor Hernández.
Lo cierto es que la polémica oculta la trascendente labor que realizan los capellanes hospitalarios, convirtiéndose en auténticos médicos del alma, y que Vida Nueva quiere poner de relieve. Un día para Víctor Hernández comienza “a las 8 de la mañana dando la comunión a los enfermos que la han solicitado. Después realizo la ronda, visito a los pacientes y a los controles de enfermería deseando los buenos días. A las 11 tiene lugar la eucaristía, a la que acuden principalmente familiares de enfermos y personal del hospital. Luego sigo la ronda acercándome a aquellos pacientes que requieren mis servicios”.
La labor de estos médicos de lo espiritual precisa mucho tacto. La primera visita al enfermo es amistosa y de apertura. “El acercamiento es fácil. Entras en la habitación y saludas, ‘Hola, soy el capellán, estoy por aquí de visita’, poniéndote a su disposición”, indica Hernández. Estos encuentros buscan conectar con la espiritualidad propia del enfermo. Es una labor que requiere una presencia continuada para hacerse cargo de su situación espiritual, que, de hecho, es compleja y cambia con el proceso de la enfermedad.
“Tras la aproximación inicial, me intereso por su estado, converso con él para saber cómo se siente. Si surge la ocasión de hablar sobre sus necesidades espirituales, ahondo en ellas, y si solicita algún sacramento, se lo procuro”, explica el capellán del Gregorio Marañón. Claro indicador de que la atención espiritual al enfermo ha de ser continua es que la mayoría de los capellanes llevan un busca para estar disponibles en todo momento.
En su trabajo es necesaria la interacción con el resto del personal sanitario. El enfermero o el médico les pueden facilitar la relación con el paciente. “Pueden guiarte, indicarte qué persona tiene inquietudes espirituales o se encuentra sola. Es importante tener la confianza del personal sanitario, porque si no pasan de ti, aunque éstos son los menos”, señala Julio Millán, capellán del Hospital Neurotraumatológico de Jaén. Sobre esta idea incide su homólogo del Gregorio Marañón: “La ayuda de médicos o enfermeras, así como del servicio de voluntariado, es fundamental para saber qué pacientes te necesitan. La atención al enfermo debe ser integral, cubriendo tanto los aspectos fisiológicos como los psicológicos, sociales y espirituales, aunque a veces las prisas por salvar la vida dejan poco margen a estos últimos”.

Saberse perdonado
El trabajo desarrollado por los capellanes es vital, ya que las cuestiones espirituales poseen gran importancia para quien sufre una enfermedad, más si es terminal. Esto ocurre porque la dolencia no sólo afecta al cuerpo, sino a la totalidad de la persona. “Cuando uno se enfrenta al final de su vida y lo hace desde la fe, cristiana u otra, las necesidades espirituales son mayores. El enfermo precisa sentirse perdonado, que su vida ha tenido sentido y que trasciende más allá de lo que es la parte física”, subraya Víctor Hernández, quien a las familias en duelo siempre les dice que “la muerte no tiene la última palabra, sino que la tiene el amor, y que lo que prima no es la separación, porque la muerte no nos puede separar de nuestro ser querido, no nos puede hacer perder el amor que se ha compartido, sino que ese amor tiene que trascender, y en eso es en lo que somos iguales a Dios”.
A pesar de llevar una existencia tan apegada al sufrimiento, los capellanes hospitalarios no consideran su misión psicológicamente dura, sino gratificante. Para Mariano Fernández, capellán del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid), “en esta cultura que maquilla el sufrimiento y se fija más en la imagen y la felicidad aparente, es normal que se califique de dura nuestra labor. No voy a negar que hay momentos complicados, pero el amor preferencial por los enfermos es algo muy gratificante. Es en el dolor donde comprobamos nuestra condición humana. La enfermedad nos iguala y nos hace más humildes”. La misma idea comparte Julio Millán, aunque reconoce que sufre con los que sufren: “El otro día murió una joven de 20 años por un infarto cerebral y claro que lloras con el padre y la madre”. Al hablar de este tema, Víctor Hernández incide: “La cuestión es ayudar al paciente a morir en paz y con dignidad. Cuando uno se siente amado por Dios, incluso en la muerte, descubre también lo que es el valor de una vida plena”.
En la actualidad, los capellanes hospitalarios españoles se enfrentan a una nueva realidad: el creciente número de pacientes, en su mayoría inmigrantes, que profesan otras religiones. A ellos también ofrecen su apoyo y comprensión. “Visitamos enfermos de otras confesiones y a gente que no tiene fe pero que te reciben para charlar.
Siempre te agradecen la compañía, aunque también es cierto que hay pacientes que rehúyen a los curas, pero son los menos”, indica Hernández. Claro ejemplo de esta realidad son los nuevos hospitales de la Comunidad de Madrid, que cuentan con una sala de culto multiconfesional.

Algo más que un buen sacerdote
Convertirse en bastón espiritual de los enfermos no es tarea fácil. Contra lo que pudiera parecer, ser un buen sacerdote no implica ser un buen capellán. Una idea que defiende Mariano Fernández, del Severo Ochoa de Leganés, quien es consciente de que para atender espiritualmente a los enfermos, “además de tener una aquilatada preparación filosófica y teológica, son necesarios conocimientos psicológicos y bioéticos; y poseer una formación adecuada sobre todas las facetas de la atención pastoral en el hospital”. Para Víctor Hernández, del Gregorio Marañón, lo primordial es “tener una gran sensibilidad hacia el mundo de la salud, muchas veces llegada por experiencias personales. Yo perdí a mi madre y hermano tras largas enfermedades. San Agustín preguntaba ‘¿Qué sabe aquel que no ha sufrido?’. Una vez que tienes esa sensibilidad sí que te tienes que formar”. Por su parte, Julio Millán, del Hospital Neurotraumatológico de Jaén, defiende la importancia de su trabajo, pero denuncia que en muchas ocasiones “las capellanías se convierten en el cajón de sastre de los obispos”.

¿Teoría de la verdad?

El problema de la verdad ha supuesto una cuestión fundamental a responder durante toda la historia del pensamiento. Ha sido abordado desde múltiples corrientes de pensamiento y se han ofrecido respuestas igual de dispares acerca de la posibilidad o no de alcanzar la verdad. El hombre no se ha conformado con mirar al horizonte sin preguntarse por la veracidad de todo aquello que lo rodea, le afecta y conoce.

La existencia del hombre es del todo ininteligible separada de la verdad. Una vida humana sin nada que ver con la verdad es, sencillamente, lo más opuesto a la vida humana. Porque la verdad es conciencia y es sentido. La vida humana aparece como quehacer, como realización de un para que, y por tanto, eso que llamamos verdad, tiene que patentizar la finalidad de la existencia humana, en un presente concreto que emerge del pasado histórico.

La verdad hace referencia a las tres dimensiones de la temporalidad humana:

- Aletheia: significa lo que no está oculto, se refiere sólo a las cosas y en el presente.
- Veritas: apunta a la exactitud y el rigor en el decir, el derecho juzga hechos pasados.
- Emunah: de donde viene amén, es asentimiento, me fío, es la verdad de las personas, significa fidelidad y confianza por el futuro.

La verdad se desplaza del objeto a lo que se dice de los objetos, a ser una propiedad de nuestro conocimiento. Conocer es interpretar los datos de la experiencia y está relacionado con el concepto de realidad, es verdadero lo que concuerda con la realidad de los hechos.

Otra forma de ver la verdad se basa en el acuerdo del pensamiento consigo mismo, o lo que es lo mismo, la ausencia de contradicción; no basta con saber qué entendemos por verdad, hay que saber cuándo un enunciado es verdadero o falso, no todo lo que parece que es, es realmente.

El criterio de verdad ha cambiado mucho en la filosofía. Después de desconsiderar la pura evidencia como método de criterio de verdad, llegamos a la conclusión de que necesitamos certezas indudables, o al menos seguras a largo plazo, pero también llegamos a la conclusión de que no es posible que exista un único criterio de verdad, sino que más bien es necesaria una pluralidad de criterios. En definitiva, ninguna teoría en absoluto, ni empírica ni apriórica permite ilustrar en sus fundamentos qué es la verdad.


Norka C. Risso Espinoza

sábado, 19 de julio de 2008

Duelo



Estamos en una cultura que cada vez se aleja más y acepta peor cualquier tipo de sufrimiento; por eso, las manifestaciones excesivas de dolor ante la muerte no tienen cabida en las ceremonias comunitarias. Hoy, la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento se viven como un fracaso. Por tanto, tampoco se acepta la muerte, que es el último e inexorable ‘fracaso’ y, como no se puede evitar, se lleva en silencio, sin ceremonias que trasciendan de lo privado. En el ámbito individual, el dolor, la pena y el duelo son similares e incluso más intensos que en épocas anteriores. El dolor se vive en la intimidad, e incluso el hacer excesivas manifestaciones de dolor se considera como exageraciones.

Antiguamente la ‘buena muerte’ era la que llegaba poco a poco, la que daba tiempo para reconciliarse con Dios y con el prójimo. Sin embargo, la ‘mala muerte’ era la muerte repentina, la que había venido a hurtadillas y segado la vida sin que el moribundo hubiera tenido tiempo de poner en orden su vida espiritual, religiosa y humana. Hoy en día, los conceptos han cambiado y la muerte deseada es la muerte repentina, sin sufrimiento. Tal vez por la falta de contenido de nuestras vidas, pensamos y sentimos que no necesitamos reconciliarnos con nada ni con nadie.

La muerte de hoy es con frecuencia la muerte en soledad. Nos parece una muerte trágica y conceptuamos la soledad como un sufrimiento añadido muy importante. Por eso, nos imaginamos una muerte buena como una muerte en paz, sin sufrimientos y, sobre todo, rodeados de nuestros seres queridos, que en ese momento nos aportan cariño y consuelo.

Cuando el tiempo de la partida es inminente (2 Tim 4, 6), y, aparentemente, no resta si no aguardar la muerte, el anciano enfermo es la figura de una plenitud que ni siquiera el deterioro progresivo anula. «No habrá jamás... viejo que no llene sus días» (Is 65, 20). El final de la vida puede estar lleno de recuerdos y de nostalgias, y también de agradecimiento; de experiencias y de sabiduría, de desasosiego y de serena confianza; de soledad sufrida, por impuesta, y de soledad fecunda. Es el tiempo de volver a Dios con amor, con las manos abiertas y el corazón agradecido.

El enfermo ya no está pero la familia ha de proseguir con su vida sin él. En ocasiones la relación de atención a su ser querido ha sido bien estructurada y la despedida ha podido hacerse sin gran dificultad y de manera real tanto en el plano físico, como en el espiritual, quedando la familia con la ausencia pero con el confort y consuelo de la tarea bien hecha. En esto un equipo tiene mucho que hacer bien, ya que unos últimos días con síntomas incontrolados se van a vivir como un sufrimiento evitable, como de cierto abandono y... quedarán cuentas pendientes en la elaboración de la pérdida; pudiendo quedarse la familia enganchada en un duelo patológico. Tomemos en especial consideración que según sean los últimos días de la vida del enfermo serán los días futuros de los que lo quieren. Nuestro acompañamiento ha de continuar hasta su total resolución. Explicar que nos pueden llamar para aclarar las dudas que puedan surgir una vez que nos hayamos ido.

Cuando pasado unos días nos debemos poner en contacto con la familia para expresarles nuestro sentimiento por la pérdida de su familiar, reforzarles positivamente su labor en el cuidado que prestaron al paciente evitando así sentimientos de culpabilidad, trasmitiéndoles que nos tienen a su disposición para lo que necesiten. Se ofrece la posibilidad de celebrar un funeral en la Iglesia del centro en compañía de los que fueron sus compañeros.


Norka C. Risso Espinoza

viernes, 18 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (III)


No podemos renunciar al “misterio” que envuelve al sufrimiento, ni a la parcialidad de nuestra comprensión por lo limitado de nuestro saber y conocimiento, pero tampoco podemos renunciar a la oportunidad que nos brinda Dios de hacernos saber como en el caso de Abel, en el del propio Israel, en el de su propio Hijo y en tantos como se han dado y se darán a lo largo de la historia, que el sufrimiento humano está presente en la historia del hombre y a la vez en las manos de Dios que no se despreocupa, sino que escucha el clamor de su pueblo, la voz del indigente, la llamada de sus criaturas.

En la carta apostólica Salvifici doloris, Juan Pablo II expresaba el deseo de que el sufrimiento ayude a “irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio yo a favor de los demás hombres, de los demás hombres que sufren”, y añadía: “el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento” (n. 29).

Partiendo de lo dicho por su predecesor, nos dice Benedicto XVI, en su discurso titulado ‘El beso del leproso hoy’, que dirigió a los participantes en la Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la Pastoral de la Salud el 24 de noviembre de 2006, que hace falta una pastoral capaz de sostener a los enfermos que afrontan el sufrimiento, ayudándoles a transformar su condición en un momento de gracia para sí y para los demás, a través de una viva participación en el misterio de Cristo.

Y no olvidemos que nadie está libre del sufrimiento, todos hemos de sufrir, el justo y el que no lo es, posiblemente el justo sufra mucho más[1], abundando en esta idea Tomás de Kempis afirma: Convéncete, no hay hombre alguno sobre la tierra sin tribulación y dolor, aunque sea rey o papa[2].


[1] Juan del CARMELO, Del sufrimiento a la felicidad (DAGOSOLA, SL, Unión Europea 2006)
[2] Tomás de KEMPIS, La imitación de Cristo (BAC, Madrid 1974)


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 17 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (II)

Pero no sólo hay preguntas, también respuestas de Dios, jalonadas desde dentro de la Historia de la Salvación, en un proceso de crecimiento en el que se va descubriendo el error de interpretaciones humanas y la verdad de Dios. Por eso, la Sagrada Escritura recoge en su interior la realidad del hombre, sus cuestionamientos más profundos y la respuesta de Dios a los mismos, que habrá que saber descubrir y asumir, ya que en la Sagrada Escritura tiene cabida todo lo que se refiere al ser humano y a su destino.

Es lo que intentaremos ir descubriendo en esta página, recordar un problema y una realidad que tenemos presente a menudo en nuestras vidas: la enfermedad y el sufrimiento. Nos adentrarernos en la Revelación para en ella descubrir el mensaje de Dios para el hombre que sufre. Y para ello podremos recorrer especialmente el Libro de Job, el justo que sufre. Pero sobre todo intentaremos adentrarnos en el Gran Libro abierto que es Jesucristo, la Revelación absoluta y definitiva, “salud de Dios para los hombres”, que no sólo es “varón de dolores” sino que además a lo largo de su camino es modelo de actitudes hacia los enfermos. Se nos revela el anuncio de Dios Padre misericordioso que por medio de la acción de su Hijo, ofrece a todo hombre el don de la curación integral.

Así se muestra cómo el interrogante planteado por Job, y por cada una de las personas que sufren, halla su respuesta, no explicativa sino existencial, en Jesucristo.

Nos decía Juan Pablo II que, en el lenguaje bíblico de los textos veterotestamentarios, inicialmente, sufrimiento y mal se identificaban. Pero, gracias a la lengua griega, especialmente, en los textos neotestamentarios se distingue sufrimiento y mal. Sufrimiento es una actitud pasiva o activa frente a un mal, o mejor, frente a la ausencia de un bien que se debiera tener[1].

[1] JUAN PABLO II, Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano (Paulinas, Madrid 1984)


Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 16 de julio de 2008

Salud de Dios para los hombres (I)

“Por ser imagen de Dios infinito, el hombre es indefinido, nunca concluso, en perpetuo cambio inventivo, descubridor, creador en el sentido de estar asociado a la creación. Y es capaz de comprender la realidad, de escapar a su limitación para envolver en cierta medida el universo entero y hasta a su creador”[1].

Junto con la consecuencia de ser la primera maravilla de la creación, el hombre se experimenta a sí mismo con una fuerte carga de limitaciones que le frustran en su proyecto de plenitud. Hoy, la respuesta a esta situación la busca principalmente en la ciencia que le haga superar la finitud, al mismo tiempo que se afana por vivir profundamente las oportunidades temporales que tiene.

Sin embargo, el interrogante permanece, la duda del ¿por qué? sigue estando presente. Y aunque de distinta manera que la ciencia, también hay una búsqueda de sentido, de respuestas que ayuden a vivir.

Y es la pregunta que la historia y el mismo hombre le han dirigido a Dios: ¿Por qué tenemos que sufrir? ¿Por qué existe el sufrimiento? La enfermedad, la injusticia, las pérdidas morales y materiales, las catástrofes... ¿por qué?

[1] J. MARÍAS, La imagen de Dios en “Problemas del cristianismo” (BAC, Madrid, 1982)


Norka C. Risso Espinoza

Cantico del Anciano

Dichosos los que me miran con simpatía.



Dichosos los que comprenden mi lento caminar.



Dichosos los que hablan en voz alta para minimizar mi sordera.



Dichosos los que estrechan con calor mis manos temblorosas.



Dichosos los que se interesan por mi lejana juventud.



Dichosos los que no se cansan de escuchar las historias que con frecuencia repito.



Dichosos los que comprenden mi falta de cariño.



Dichosos los que me regalan parte de su tiempo.



Dichosos los que se acuerdan de mi soledad.



Dichosos los que me acompañan en el sufrimiento.



Dichosos los que alegran los últimos días de mi vida.



Dichosos los que me acompañan en el momento del paso.



Cuando entre en la vida sin fin me acordaré de ellos ante el Señor.



Autor desconocido