sábado, 29 de octubre de 2011

EL ARTE DE LA ORACIÓN


En este pequeño y enjundioso libro, dos puntos significativos llaman la atención desde el principio: el entender el orar como un arte y la enseñanza ineludible de la Biblia en relación a la oración.

Y es que orar es un arte. Y por ello, nos dice el autor, es algo que se aprende. La necesidad de orar, la posibilidad de orar, el perfeccionamiento de todo ser humano mediante la oración, son dones que lleva consigo cada uno desde su nacimiento. Constituye, además, una finalidad que nos define a todos incluso en nuestro aspecto corporal. Y sin embargo no debe extrañarnos que orar nos resulte costoso. Y hemos de tener claro que esta vocación no se logra en solitario. La capacidad real no se alcanza sin esfuerzo y ejercitación; y como cualquier práctica, necesitamos de la guía de personas que sean más experimentadas que nosotros. Puntos importantes pues todos ellos que hemos de tener en cuenta.

Y la Biblia nos enseña a orar. Lo hace discretamente. Pero lo importante es que al enseñarnos a orar, nos enseña a vivir. Porque orar no es un ejercicio al margen de la vida, sino la expresión última y más profunda de la realidad humana. Nunca es la persona tan plenamente humana como cuando vacía sus manos para la oración. Todo déficit en nuestro orar es un déficit de humanidad.

Una vez más la Biblia se convierte en escuela privilegiada de oración. Quien recorre como discípulo sus páginas aprende el camino que han transitado y los métodos que han seguido numerosos creyentes a lo largo de la historia.

Contenido del libro:

     1. Señor, ¡enséñanos a orar!
     2. Invitación a la confianza
     3. Orar en nombre de Jesús
     4. No sabemos orar como es debido
     5. No seáis como los hipócritas
     6. Os lo repito, no seáis como los hipócritas
     7. No seáis como los paganos
     8. Insisto, no seáis como los paganos
     9. Sed agradecidos en todo
   10. Pedir por otros
   11. Orar por los enfermos
   12. La oración no escuchada
   13. Oración y santificación
   14. Orar en común
   15. Orar constantemente
   16. Adorar a Dios en espíritu y en verdad

Puede resultar interesante el capítulo 11, ‘orar por los enfermos’ que comienza precisamente con la lectura bíblica que utilizamos en la unción de los enfermos.

Como advertencias finales, tengamos en cuenta que este libro requiere ser leído pausadamente. Una lectura apresurada puede resultar indigesta. Cualquier persona medianamente formada será capaz de captar al vuelo muchas de las ideas que van apareciendo a lo largo del libro; sin embargo pueden pasar años hasta que el contenido haya madurado en una experiencia vital. Esto no puede desanimarnos.

REINHARD DEICHGRÄBER
EL ARTE DE LA ORACIÓN
La Biblia enseña a orar
Ediciones Sígueme, Salamanca 2008

domingo, 23 de octubre de 2011

Cómo no fiarme de ti.

   Cómo no fiarme de Ti,
   si con amor sin límites me amas,
   si a mi lado siempre estás,
   incluso cuando te doy la espalda.

   Me atraes día a día
   con misericordia infinita
   que si una mirada,
   que si una palabra,
   que si un mendrugo de pan
   o unas gotas de agua.

Y el calor empieza a inundarme,
no se nota; pero Tú lo sabes,
los colores sonrojan mi cara;
y el saberte y sentirte cerca
hace que la adrenalina se dispare
¿es que estaré enamorada?

Qué te pasa me preguntan
-nada, no pasa nada-
sonrío anonadada
porque sé que a mi lado estás,
en el pobre, en el enfermo,
en el que necesita paz:
-nada, no pasa nada-.

Cómo no fiarme de Ti,
si alojado en nuestros corazones estás.

 
Norka C. Risso Espinoza




Señor, perdóname...

Señor, perdóname, por mi falta de caridad,
me has concedido unos dones
y yo me los he apropiado,
míos, sólo míos, y me olvido de multiplicarlos.

Señor, perdóname, por agachar la cabeza
cuando tengo que dar la cara por tus predilectos
cuando veo que los están aniquilando
cuando escucho sus lamentos y no hago nada para remediarlo.

Señor, perdóname, porque parece, que tanto amar me harta,
para qué, me pregunto, si es más fácil estar de paso,
y no me percato, que el amor libera,
me hace salir de mí, para darme a mis hermanos.

Señor, perdóname, por mis desánimos y cansancios,
parece que el mal va venciendo, que todo va al revés
y no caigo en la cuenta, que Tú eres nuestro Redentor,
y que al final, hay que decir «feliz la culpa» como en El Exultet.

Norka C. Risso Espinoza



sábado, 22 de octubre de 2011

ORANDO CON «LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO» (Jn. 11,1-44)

Señor Jesús, normalmente nos pasa como a Tomás, «si no veo, no creo», parece que constantemente estamos necesitando pruebas…; sin embargo, en esta ocasión, Juan no nos quiere narrar tanto esos signos externos, como los internos, de hecho deja el gran milagro para el final, y empieza narrándonos los pequeños milagros de la vida, la fragilidad del ser humano ante el sufrimiento de los otros, ante el sufrimiento de la humanidad.

Jesús, esa es la ventaja de degustar el Evangelio de Juan, es tan minucioso, tan detallista, que no se olvida de los pequeños-grandes detalles, y así es como, en esta ocasión, podemos verte por dentro, podemos sentirte,… podemos ver cómo te conmueves, cómo te turbas y derramas lágrimas, al igual que cualquier otro hombre, ante la realidad de las miserias humanas, y más si se trata de un ser querido.


Me imagino que conmoverte, turbarte, y derramar lágrimas también te pasó con tu padre José; pero, en este caso, se trata de Lázaro, aunque en realidad, a ti lo que parece que te conmueve es el sufrimiento de María, tu amiga, y ver cómo lloraban los que la acompañan.

Sí, Jesús, lo que nos conmueve y nos turba es el sufrimiento; y ante el sufrimiento parece que se dan dos realidades: unos diremos «Mirad cómo le quería» y agradeceremos tu presencia, tu compañía, sentirte al lado, o saberte cargándonos en ese momento porque nosotros no tenemos fuerzas ni para aguantarnos en pie; otros, en cambio, los que no te conocen, sólo han oído hablar de ti y de tus hazañas, pero no te conocen, te reprocharán «Este que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que este no muriera?».

Para unos serás como una especie de ‘herramienta’ para seguir adelante desde la fe, y como el salmista podrán decirte «sé la roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar, por tu nombre me guías y diriges»; para otros, serás aquel a quien poder reprochar y culpar, y motivo para alejarse de ti, porque no te han escuchado, porque no han creído. Cómo nos cuesta entender tu palabras: «si crees, verás la gloria de Dios».

Gracias, Señor, porque transformas vidas, gracias por tu acción milagrosa, que consiste en estar en contacto con las miserias humanas, y en generar actitudes de fe.



Norka C. Risso Espinoza

viernes, 21 de octubre de 2011

Virtudes capitales, hacia una vida humana plena

La vida moral incluye bastante más que las obligaciones, las prohibiciones y los pecados. Hacen falta virtudes, aceptación interna de los grandes valores e ideales morales, y sensibilidad para captar los valores que están en juego en las diferentes situaciones de la vida. Y es que si se pierde la noción de virtud, de la misma manera se pierde también el sentido de pecado. Estas páginas quieren ayudarnos a llamar al bien (y al mal) por su nombre, a conocerlo y reconocerlo, pero, sobre todo, a recordar los ingredientes fundamentales sin los cuales resulta imposible una vida humana plena y de calidad.

Este Pliego se iba a titular Pecados capitales. Pero eso significaba centrar nuestra atención en el pecado y, por ello, presentar una moral negativa, cuando lo importante es hablar de salvación, de realización y felicidad humana, de orientación positiva hacia el bien, de tal manera que nuestras palabras sirvan de estímulo, orientación y renovación de la vida personal y comunitaria.

Como escribió Häring, “el pecado no puede ser ni la primera ni la última palabra. La primera palabra es siempre la creación de Dios en bondad, su designio original y todo lo que a través de su gracia se hizo y está presente en el mundo (…). En realidad, toda nuestra presentación del pecado tendrá sentido si comunicamos la buena nueva: la conversión es posible; Cristo nos ha liberado”.

Reflexionar y predicar sobre moral no puede significar sin más lanzar anatemas sobre nuestros contemporáneos: si así fuera, perderíamos la oportunidad y hasta el derecho de ofrecer la salvación al mundo –que a nosotros ha sido ofrecida y encargada– y de intervenir proféticamente en la marcha de la historia. Vosotros sois la sal de la tierra (…). Vosotros sois la luz del mundo, nos dice Cristo (Mt 5, 13-14). La gente espiritual y ética contagia silenciosamente a los demás…

Este Pliego pretende, sencillamente, recordar los ingredientes fundamentales sin los cuales resulta imposible a todas luces una vida humana plena y de calidad. En el tema de las virtudes, ética y espiritualidad, filosofía y religión, se encuentran y fecundan recíprocamente. ¿Ya no somos capaces de llamar al bien por su nombre, de conocerlo y reconocerlo? Y, viceversa, ¿no somos capaces ya de llamar al mal por su nombre, de conocerlo y reconocerlo? Negar el mal es una forma infantil y narcisista de creernos buenos, pero actuando así nos negamos la posibilidad de conversión y, con ello, la salud, la salvación.

La cuestión es que, si se pierde la noción de virtud, de la misma manera se pierde también el sentido de pecado. Es verdad que en tiempos pretéritos (no tan lejanos, me temo) pudo haber un exceso de focalización de la predicación y de la acción catequética en el tema del pecado; del mismo modo, pienso que en estos momentos –por esa extraña ley del péndulo– existe un insuficiente tratamiento de esta cuestión en esos mismos ámbitos: como siempre, en el término medio encontramos el escenario, y a esa noble tarea quieren ayudar estas sencillas reflexiones.


Recuperar una ética de las virtudes

“¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia?”, se preguntaba Juan Pablo II en el núm. 18 de su exhortación apostólica postsinodal Reconciliación y penitencia (1984). Ahí mismo afirmaba el Papa: “Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo”. Se han cumplido 26 años de estas palabras, y no han perdido un ápice de su actualidad y urgencia pastoral.

Hacen falta virtudes,
aceptación interna de los grandes valores
e ideales morales,
y sensibilidad para captarlos.

Conviene recordar que la vida moral incluye bastante más que las obligaciones, las prohibiciones y los pecados. Cuando ocurren conflictos éticos, los rasgos del carácter de las personas que tienen que adoptar decisiones no son menos importantes que las obligaciones expresadas en principios y reglas.

Hacen falta virtudes, aceptación interna de los grandes valores e ideales morales, y sensibilidad para captar los valores que están en juego en las diferentes situaciones de la vida. Además de conocimiento, habilidades prácticas y buena voluntad, hacen falta unas ciertas condiciones de actitud y carácter. Aquí es donde se suelen estrellar en la actualidad buena parte de los programas formativos. Y es que la virtud es una palabra poco apreciada en nuestros días.


Virtudes capitales

La perfección moral solo se consigue cuando la coherencia entre ideas y actos ha llegado a ser tan profunda y prolongada que los modos de obrar se han convertido en una especie de segunda naturaleza, en hábitos virtuosos que se ponen en práctica sin gran esfuerzo y hasta con placer.

De la misma manera que se dice que son pecados capitales porque de ellos brotan otros, llamamos a estas siete virtudes “capitales” porque ellas son el cimiento de toda la vida moral. Y así como sabemos de memoria cuáles son los siete sacramentos, los siete dones del Espíritu Santo y las 14 obras de misericordia (siete espirituales y siete corporales), también deberíamos saber las siete virtudes capitales y sus respectivos siete pecados capitales.

Estas cuestiones hay que saberlas de memoria porque, en caso contrario, difícilmente van a servir de orientación en el camino de la vida; y tampoco servirán de espejo en el que mirarse para apreciar en qué se ha fallado, inspirar nuestro arrepentimiento y facilitar una saludable recepción del sacramento de la reconciliación (¡cuántas personas se sienten pecadoras y quieren confesarse pero no saben bien cómo realizar su examen de conciencia!).

En los tiempos que corren, también hace falta subrayar que no hay ninguna solución rápida ni ninguna opción por un modo de vida ético y espiritual listo para ser consumido: hace falta ponerse a ello con seriedad y buena disposición, hace falta entrenamiento constante. “Con ellas [las virtudes] sucede lo que con todas las demás artes; porque en las cosas que no se pueden hacer sino después de haberlas aprendido no las aprendemos sino practicándolas; y así, uno se hace arquitecto construyendo; se hace músico componiendo música. De igual modo se hace uno justo practicando la justicia; sabio, cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor”.

No hay ninguna solución rápida
ni ninguna opción
por un modo de vida ético y espiritual
listo para ser consumido.

Por desgracia, la mayoría de nosotros llevamos una vida tan atareada que rara vez nos tomamos tiempo para reflexionar sobre la riqueza de esta tradición y darnos cuenta de que el de las virtudes capitales es uno de los mejores itinerarios de vida que podemos encontrar y ofrecer.

Las siete virtudes capitales son: humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.


JOSÉ RAMÓN AMOR PAN, doctor en Teología Moral
Publicado el 21.10.2011
En el nº 2.773 de Vida Nueva.

sábado, 15 de octubre de 2011

A ESO...


A eso de caer y volver a levantarse,
de fracasar y volver a comenzar,
de seguir un camino y tener que volver atrás,
de encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A eso…, no le llames adversidad, llámale;
“Sabiduría”

A eso de sentir la mano de Dios y saberte impotente,
de fijarte una meta y tener que seguir otra,
de huir de una prueba y tener que encararla,
de planear un vuelo y tener que recortarlo,
de tener y no saber, de avanzar y nunca llegar.
A eso…, no le llames castigo, llámale;
“Enseñanza”

A eso de pasar juntos días radiantes, días felices
y días tristes, días de soledad y días de compañía.
A eso…, no le llames rutina, llámale;
“Experiencia”

A eso de que estés pasando por momentos de prueba
y que tu alma irradie deseos de vida y tu corazón ame…
A eso…, no le llames casualidad o accidente, llámale;
“Voluntad Divina”

A eso, de que tus ojos estén leyendo este mensaje,
que te sientas escuchado y especial…
A eso…, no le llames interés o química, llámale;
“Amor”


José Luis Prieto en “Reflexiones para el Alma” Tomo I.