A veces te quejas de las cosas que ya no puedes hacer, o de
las fuerzas que te fallan y de las enfermedades, o de la memoria que ya no te
responde como quisieras, o más aún, si has perdido a un ser querido y sientes
que te has quedado solo o sola, y parece que tu vida se ha roto. Y tendrías
razón en quejarte, pero, al mismo tiempo que te quejas también vale la pena que
aprendas a descubrir todo lo bueno que puedes vivir, las cosas que puedes
hacer, tanto si son pocas como si son muchas, el esfuerzo por seguir adelante
día tras día, la alegría que puedes dar a los demás, el tiempo más tranquilo y
el descanso, las conversaciones amables, las ganas de seguir atento a todo lo
que pasa a tu alrededor aunque a veces te cueste más, la paz que puedes vivir
en la debilidad,…
Y en todo esto, la mano amorosa de Dios, que es el Amor que
no falla, que es el Padre que nos lleva en sus brazos, que es la Alegría profunda que
ningún dolor puede pagar. Porque más allá de todo, y nos suceda lo que nos
suceda, esta Él que nos ofrece su vida para siempre.
Pienso que lo importante es que queráis seguir viviendo
vuestra propia vida a fondo. Y vivir a fondo significa hacer todo aquello que
somos capaces de hacer, y aprender a no angustiarse por lo que no podemos
hacer. Por ejemplo, hay quien, cuando llega a un momento de la vida en que ya
sale muy poco a la calle, piensa que no vale la pena vestirse por la mañana o
ir a la peluquería o afeitarse; y sin duda que estas no son cosas
trascendentales, pero, no hacerlas significa abandonarse, pensar que no merece
la pena cuidarse, esforzarse, procurar estar bien. Y desde luego que no es así.
Y esto que es un ejemplo de cosas poco trascendentales, vale para cualquier
otra cosa.
Vale la pena hacer todo lo que podamos hacer, y al mismo
tiempo vale la pena aprender a aceptar que hay cosas que no podemos hacer, y
dejarse ayudar (que también cuesta) en todo lo que sea necesario. Lo importante
es vivir lo más plenamente posible todos los momentos de nuestra vida.
Y todo esto, además, acompañado del amor y la ternura de
Dios. Porque vale la pena creer y confiar en el Padre que nos ama, porque vale
la pena tener a Jesús y a su evangelio como camino y como luz para vivir,
porque vale la pena dejarse guiar por el Espíritu que es fuerza y gracia que
todo lo renueva. Porque vale la pena seguir el ejemplo de María, y decirle
hágase en mí.
Convencidos de que, en definitiva, al fin de todo, Dios nos
acogerá, y compartiremos su vida con él, y con todas las personas que hemos
amado, y con toda la gente de todo tiempo y lugar. No sabemos cómo será, pero
nos fiamos de él. ‘Creed en Dios y creed también en mí’, nos dijo Jesús. Y
nosotros creemos en él, y sabemos que, aunque a veces lo veamos todo oscuro, su
amor es más fuerte que todo, y no nos fallará, y seremos felices para siempre.
Y es que cada uno somos importantes para el Señor, por eso a
cada uno nos llama por nuestro nombre y se acerca a cada uno de nosotros y nos
pide de beber. Siempre hay razón para vivir.
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