1ª lectura: Eclesiástico
35,15b-17.20-22a
«Los gritos del pobre atraviesas la nubes»
Salmo: «Si el afligido invoca al Señor, él lo
escucha»
2ª lectura: 2 Timoteo 4,6-8.16-18
«Ahora me aguarda la corona merecida»
Evangelio: Lucas 18,9-14
«El publicano bajó a su casa justificado; el
fariseo, no»
Reflexión
Señor, ten
compasión de nosotros, que muchas veces vamos de listillos, queremos ser
maestros sin ser alumnos, y así nos pasa, que hablamos y hablamos, pero son
palabras que no salen del corazón. Tú no quieres grandes palabras, nos quieres
a nosotros; y nos amas como somos, con nuestras pequeñeces, con nuestras
limitaciones, con la humildad que brota de sentirnos hijos del Padre. Sólo tú y
cada uno de nosotros sabemos lo que agrada, y no pides más, a cada uno nos has
dado el don de amarte en nuestra pequeñez; pero siempre estamos fijándonos en
el otro, en lugar de mirarte a ti en nosotros, en lugar de hacer hueco en el corazón
para #hospedarte a ti.
Norka C. Risso Espinoza
Material Domund: Sal de tu tierra[1]
Lema y cartel del Domund 2016: Sal de tu tierra
“Sal... Es la invitación que nos hace el papa Francisco a salir de
nosotros mismos, de nuestras fronteras y de la propia comodidad, para, como
discípulos misioneros, poner al servicio de los demás los propios talentos y
nuestra creatividad, sabiduría y experiencia. Es una salida que implica un
envío y un destino.
... de tu tierra” La expresión resulta evocadora del origen del
que parte el misionero que es enviado a la misión, y también del destino al que
llega. La misión ad gentes es universal y no tiene fronteras. Solo quedan
excluidos aquellos ámbitos que rechazan al misionero. Aun así, también en ellos
se hace presente con su espíritu y su fuerza.
Las huellas. Son expresión del lema “Sal de tu tierra”. Los tonos
empleados para las huellas del caminante y para el fondo son familiares a
quienes desde hace muchos años han identificado los cinco continentes con
colores distintos. El mandato de Yaveh Dios a Abrahán, para que saliera de su
tierra y fuera a la tierra prometida, está permanentemente actualizado por los
discípulos misioneros, que han hecho propia la repetida expresión del papa Francisco:
“una Iglesia en salida”.
Mensaje del Papa Francisco para la jornada mundial de
las misiones (DOMUND). Iglesia misionera, testigo de misericordia
Queridos hermanos y hermanas:
1. El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que
la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial
de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e
inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta
Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a “salir”, como
discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su
creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de
la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero,
la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que
todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella “tiene la misión de
anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio” (bula Misericordiae vultus, 12), y de
proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano,
joven y niño.
2. La misericordia hace que el corazón del Padre
sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde
el principio, Él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su
grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de
identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31;
Sal 86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a
quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se
implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre
y una madre con sus hijos (cf. Jer 31,20). El término usado por la Biblia para
referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre
a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo
que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto
esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los
miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus
entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e
infidelidad (cf. Os 11,8). Y, sin embargo, Él es misericordioso con todos, ama
a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144,8-9).
3. La manifestación más alta y consumada de la
misericordia se encuentra en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre
rico en misericordia, “no solo habla de ella y la explica usando semejanzas y
parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica”
(Juan Pablo II, encíclica Dives in
misericordia, 2). Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a
Jesús por medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser
misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él nos
ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo de su bondad
(cf. bula Misericordiae vultus, 3).
La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que vive de la
misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida por Él con amor
misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de
él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas
y convicciones religiosas.
4. Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición
son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia
eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo
misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de
Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas
familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio
directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y
sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a
menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a
veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas
que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales
para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo,
la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones
personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial
en la atención a los pobres.
5. En muchos lugares, la evangelización comienza con
la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y
tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13,7-9; Jn 15,1),
con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se
forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los
lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida “madre”, también por
los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de
Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los
pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la
fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la
caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de
Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide,
sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor;
anunciamos el don más hermoso y más grande que Él nos ha dado: su vida y su
amor.
7. En este Año Jubilar se cumple precisamente el 90
aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra
Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el papa Pío XI en 1926.
Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de
mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta Obra
todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas,
asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para
auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio
del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos de realizar también
hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras
preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos
para que abarque a toda la humanidad.
8. Que Santa María, icono sublime de la humanidad
redimida, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y
familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor
Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las
personas, las culturas y los pueblos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario