domingo, 31 de enero de 2010

FE, ESPERANZA Y CARIDAD

En el dolor y en el sufrimiento hay como un espacio común, por el que pasamos todos, pero es un espacio en el que muchas veces no queremos entrar, y cuando lo hacemos queremos huir de él, porque solidarizarnos con el sufrimiento del otro, también produce sufrimiento; pero, el expulsar de nosotros este espacio común nos impediría hablar de quién es el Dios de Jesucristo; de las relaciones de fe, esperanza y amor; y de relaciones de dependencia que se posibilitan.

Además, el creer precisa de una luz externa que nos es gratuitamente dada, y también de una luz interior que es capaz de otear desde el corazón y no sólo desde la superficialidad.

Con el paso de los años, nos damos cuenta que la fe, la esperanza y la caridad, llegan como dones, que nos hacen salir de nosotros mismos, ya no se trata de buscar culpables, sino con la confianza puesta en Dios aportar nuestro granito de arena al bien común, ver como Dios se abaja en forma de cualquier realidad que no llegamos a comprender y que consideramos injusticia, y nos invita a dar una respuesta, a salir de nosotros mismos, porque es también por medio de cada uno de nosotros como Dios se hace realidad, se hace vida, se hace presencia en los otros. Se trata de aprender a mirar al otro por ser otro, de encontrarnos con el rostro del otro y sólo ese encuentro me invite a actuar, desde el consentimiento, el desistimiento y el reconocimiento, porque ponerme ante el rostro del otro es ponerme ante lo divino.

Eso es la fe en último término, aprender a mirar en la misma dirección que mira Dios, a compartir su ángulo óptico, su perspectiva; de tal forma que terminemos viendo lo que Él ve, y por tanto surge una respuesta en forma de entrega, de servicio a los hermanos; sí fue Él, el Dios Trino, quién tomó la iniciativa y por eso nos sentimos llamados a ir más allá de lo que nuestras propias capacidades nos dan a entender que podemos hacer/ser/estar, siempre hay un más, y cuando miramos hacia atrás no comprendemos cómo ha sido posible poderlo realizar, aún así, seguimos caminando, confiando en la esperanza última que dinamiza nuestra vida hacia aquello que es prometido; esa esperanza es la que posibilita el sostenernos en la dirección y sentido de la realización de la existencia.

Sí, a partir de una experiencia que parece pasa inadvertida, Dios se hace presente, llega a nosotros como luz que ilumina nuestro interior, nuestro anhelo de salida, nuestra capacidad de ver la realidad y nos lleva más allá de lo que somos, hasta el ¡hágase en mí!.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 27 de diciembre de 2009

María en el Misterio de Cristo



La vida de María se resume en un ‘Sí’ a los planes salvíficos de Dios. De este modo “se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo”, “cooperó a la salvación de los hombres (LG 56) y estuvo unida al Hijo en la obra de la salvación desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (LG 57)

Cada momento de la vida de la Virgen es como epifanía, manifestación, cercanía y comunicación del misterio de Cristo en nuestras circunstancias humanas. Por medio de su ‘Sí’ en fidelidad, se hace transparencia e instrumento de Cristo en la visitación a Isabel y en la santificación del Precursor, en la manifestación a los Pastores y a los Magos, en la Presentación en el Templo de Jerusalén.

Su fidelidad a Cristo contribuyó a suscitar la fe de los primeros discípulos (Jn. 19, 25ss), y cooperó en la preparación para recibir las gracias del Espíritu Santo el día de Pentecostés. (Hch. 1, 14).

“La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres” (LG 65).


Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cristo, a través de la Iglesia, en el mundo sanitario

En la Revista Juan Ciudad (Nº 537 - Nov 09) han publicado este artículo que escribí hace algún tiempo, y del cual ya había dado aquí algunas pistas:

Se parte ‘de’ y se ama ‘al’ hombre y al mundo sanitario de hoy como son; creo que esta es la premisa para realizar un verdadero trabajo de Pastoral de la Salud, donde debemos dar el paso para encontrarnos con el rostro de Dios encarnado en muchas historias de dolor, sufrimiento, soledad, exclusión,… donde una y otra vez hay que elegir entre permanecer o marcharnos, entre la vida o la muerte; ya que la relación con Dios es estar constantemente en peregrinación para adentrarnos verdaderamente en la maleza de lo humano. Dentro del mundo sanitario, debemos tener pasión por aquello que otros no quieren, pobreza, vejez, discapacidad, enfermedad; pero, también por la familia, por los compañeros de trabajo; por el deseo de amar y compartir, de transmitir sensaciones de conectar con el Espíritu; en definitiva, la Pastoral de la Salud debe comunicar el mensaje de salvación de Jesús, estando al servicio de la dignidad de la persona, se trata de una evangelización atenta a la urgencia de la justicia.

Para comunicar el mensaje de Jesús, tenemos tres referencias obligadas: Cristo (desde donde se es), la Iglesia (en donde se es), y el Mundo sanitario (para donde se es), por ello es importante que en la Pastoral de la Salud haya personas que tengan:

- Formación teológica: hay que ser capaz de dar razón de la fe (1Pe 3, 15). La fe es razonable. La acción pastoral de la Iglesia se convierte en transformadora del mundo desde las exigencias del Rei­no y es posibilidad de diálogo con quienes, desde otros presupues­tos, buscan un mundo y una sociedad transformados similarmente. No se trata sólo de evangelizar a personas, sino de iluminar con la fe los problemas del mundo de la salud.

- Formación antropológica: hay que llevar un mensaje encarnado a cada situación, comprender el mundo de la salud en el que viven nuestros hombres y mujeres de este tiempo, sus sufrimientos, sus miedos, sus bloqueos, sus heridas, sus dudas, sus preguntas,… como hizo Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35); es importante caminar por las sendas que el Concilio Vaticano II abrió: las del diálogo y la renovación, la de la puesta al día constante de la Iglesia para llevar la salvación a los hombres y la de la escucha atenta de los nuevos signos de los tiempos a través de los cuales Dios sigue manifestán­dose.

- Formación pedagógica: el hacer también es importante, el arte de estar en la cabecera de la cama de un enfermo, de dar una caricia, de acoger; el arte de dar catequesis, de llevar grupos de reflexión, de religión,…. Todo es importante porque nos lleva a hacer experiencia de oración, de acercarnos a la Palabra de Dios, de celebrar los sacramentos,… de animar al seguimiento de Jesús, hasta decir ‘Maestro, enséñanos a orar’ (Lc 11, 1). No consiste en repetir en todos los lugares y de la misma forma cada acción, sino en acomodarlas y expresarlas en un lenguaje asequible a las personas que acompañamos.

- Formación espiritual: sería como todo el tono evangélico que envuelve al Agente de Pastoral (o al que acompaña); ser, estar y hacer, desde el encuentro con el Espíritu, dejarnos tocar y guiar. Hay que nadar por las aguas de la vida interior, porque ‘quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará’ (Mt 16, 25). Somos creyentes delante de los otros para que encuentren su propia respuesta; y ser creyentes dando testimonio de vida sin actitud farisaica, sino con confianza íntima en el amor misericordioso de Jesucristo.

En definitiva, puesto que la vida humana no es un hecho meramente biológico, sino que el componente trascendental es imprescindible para que cada persona alcance lo que llamamos calidad de vida, la Iglesia debe ser, desde la Pastoral de la Salud, ‘servidora y sacramento’ de la humanidad; es decir, experta en humanismo, en cuyo interior debe darse una mediación privilegiada, en comunión intratrinitaria, por los preferidos del Señor; se trata de hacer, dentro del mundo sanitario, un hueco al otro (enfermo, anciano, discapacitado, sin techo,…), querer acoger y recibir su presencia, su palabra y sentimientos, junto con sus necesidades y recursos, escuchar y percibir sus gestos, despertar nuestro ser entero ante el suyo. Abrir el espacio cerrado que somos cuando nos centramos totalmente en nuestras cosas, se tiene que acallar nuestra voz interior para que resuene la palabra del otro, siendo conscientes que este otro saca también del acompañante lo ‘peor’, los miedos, las inseguridades, las dudas,…

Finalmente, decir que el objeto de la Pastoral consistiría en llevar, en el mundo de la sanidad, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la revelación de Dios, de modo que sea comprensible para ellos, que toque los corazones y emocione, de forma que encuentren en ello su salvación, teniendo siempre presente que, como nos dijo Juan Pablo II, la doctrina cristiana se propone, pero no se impone; y que nuestra vida cristiana está presidida por el amor desinteresado y misericordioso de Dios, y este amor es el motor de la vida.


Norka C. Risso Espinoza

sábado, 19 de septiembre de 2009

Unas pinceladas en Pastoral de la Salud


Para comunicar el mensaje de Jesús, tenemos tres referencias obligadas: Cristo (desde donde se es), la Iglesia (en donde se es), y el Mundo sanitario (para donde se es), por ello es importante que en la Pastoral de la Salud haya personas que tengan:


- Formación teológica

- Formación antropológica

- Formación pedagógica

- Formación espiritual

…teniendo siempre presente que, como nos dijo Juan Pablo II, la doctrina cristiana se propone, pero no se impone; y que nuestra vida cristiana está presidida por el amor desinteresado y misericordioso de Dios, y este amor es el motor de la vida.
(Sólo son unas pinceladas..., más adelante ampliaré el documento)

Norka C. Risso Espinoza

martes, 25 de agosto de 2009

Una experiencia en Pastoral de la Salud

Desde el Área de Psicogeriatría y Cuidados Somáticos trabajamos para hacer llegar la Buena Nueva de Dios a nuestros Residentes, se trata de hacer vida el Amor misericordioso de Dios, que día a día los acompaña en su peregrinar por el Centro en el que trabajo. Pretendemos que el último tramo de la vida sea un camino de acercamiento a los brazos del Padre, vividos desde el acompañamiento que al estilo juandediano se les pueda ofrecer; por tanto, desde la hospitalidad, acogemos, escuchamos, acompañamos y celebramos la vida, una vida repleta de altibajos, en los que la enfermedad, el sufrimiento, la soledad,… van haciendo mella; pero no por ello dejan de ser importantes a los ojos de Dios, ni a los nuestros; sino que más bien pasan a ser los predilectos del Señor, y lo más importante para nuestro Centro.

Para realizar un trabajo en condiciones, lo primero es programar, porque aunque lo importante es sobre todo ser y estar con los Residentes, también es verdad que hay que ‘hacer’ Grupos y Dinámicas, preparar Oraciones, Celebraciones, que ayuden a experimentar la presencia de Cristo, tal y como el mismo Jesús nos dijo: «Donde 

dos o más estéis reunidos en mi nombre, en medio de vosotros estoy yo» Y esto no es tarea únicamente del Agente de Pastoral, sino de un equipo que trabajamos para que los residentes reciban un atención integral.

Para aportar nuestro grano de arena a la calidad, también tenemos que medir, presentar los Indicadores de Calidad y las Estadísticas de Pastoral, los Protocolos,… Informar a las familias que lo soliciten de las Actividades que se realizan en el Área, y ofrecer nuestro Servicio de Pastoral de la Salud, estando abiertos a colaborar para cubrir las necesidades espirituales y/o religiosas de Trabajadores, Familias y Residentes.



Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 17 de junio de 2009

Santa Unción


Como cada año, en torno al sexto Domingo de Pascua, desde el área de psicogeriatría y cuidados somáticos, nos preparamos para celebrar un acontecimiento importante y emotivo, unos 310 residentes del Centro en el que trabajo reciben el Sacramento de la Santa Unción.

Nos podemos preguntar por qué en un Centro Hospitalario como este se realiza este tipo de celebraciones, pues la respuesta es que el sacramento de la Santa Unción da a los residentes enfermos o ancianos fuerza ante su enfermedad o momentos de dificultad, y les reconforta en su vida de fe.

Uno de los gestos más bonitos es la imposición de las manos, con este gesto la familia hospitalaria presente en la celebración, pide que el Espíritu Santo descienda al corazón de cada residente que va a recibir el Sacramento; y con el Óleo Santo, Cristo los tranquiliza, los fortalece y los sana con la fuerza de su Espíritu.

Es de agradecer la participación de todos los trabajadores, hermanos y capellanes que colaboran en la preparación de las celebraciones y que están pendientes de que todo salga estupendamente, cuidando hasta el más mínimo detalle; de los catequistas que con tanto cariño preparan y dan las catequesis de la Unción; de los voluntarios y de muchas familias, que no sólo acompañan a sus familiares, sino que además también se preparan para recibir ellos el Sacramento; y como para todos es un día de fiesta, de alegría y comunión eclesial, se termina con un buen aperitivo o comida, y sin olvidar un regalito como recordatorio de este día.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 24 de mayo de 2009

El incomprendido celibato

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, sábado, 23 de mayo de 2009
* * *

VER
Cada que salen escándalos clericales por cuestiones de infidelidad al celibato, se cuestiona su razón de ser. Sea porque se descubren nuevas paternidades del actual Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, cuando aún no recibía las dispensas de sus obligaciones ministeriales, sea porque a un sacerdote se le acusa de pornografía cibernética, sea porque a otro se le comprueban relaciones sentimentales indebidas, no faltan quienes insisten en que la Iglesia Católica debería revisar su norma de admitir al sacerdocio sólo a aquellos que hayan recibido el carisma del celibato y se comprometan a cumplirlo toda la vida. Otros afirman que, mientras no se haga este cambio, la Iglesia seguirá perdiendo feligreses.
Por otra parte, es repetitivo escuchar que el celibato no va con las culturas indígenas, pues en estos pueblos sólo a un hombre casado se le reconoce autoridad y no se acostumbra confiar a solteros cargos de responsabilidad social. Por tanto, concluyen, se debería abrir la puerta para ordenar presbíteros a indígenas casados, para que se inculturen.

JUZGAR
En primer lugar, el celibato no es acorde con ninguna cultura, ni judía, griega o romana, ni española, francesa, alemana, italiana, mexicana, chiapaneca, indígena, mestiza, etc. Ya lo advirtió Jesús cuando dijo: "Hay quienes han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo", pues "no todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt 19,11-12). Es un carisma, es un don, un regalo que se concede no a todos, sino sólo a algunos, y no cualquiera lo comprende.
Es innegable que ha habido y hay muchas fallas y defecciones; pero la inmensa mayoría vivimos con gozo y plenitud esta vocación, a pesar de nuestras limitaciones. Yo me siento muy fecundo, muy realizado, gracias al celibato. El matrimonio me hubiera limitado mucho en mi servicio a la comunidad. El celibato me hace libre para servir donde se me requiera, para amar y estar muy cerca de quienes necesiten experimentar el amor de Dios. Nadie nos obligó a emitir este compromiso antes de la ordenación; lo asumimos con plena libertad. Yo decidí libre y conscientemente no casarme, no por egoísmo, no por rechazo a la mujer, ni por desconocer o despreciar la belleza del sexo y del matrimonio, sino por gracia del Espíritu Santo, para consagrar todo mi ser, con todas sus energías, al Reino de Dios, en particular a los pobres. Soy feliz siendo célibe. Pido al Señor que me y nos conserve en fidelidad.
Jesús decidió no casarse. Su madre permaneció virgen. El apóstol más cercano era célibe. Pablo recomendó este camino, no como mandato, sino como consejo digno de confianza (cf 1 Cor 7,25-35). Sin embargo, es cierto que, en los primeros siglos de la Iglesia, el celibato no era un requisito para la ordenación sacerdotal. Fue hasta el siglo III cuando se vio su conveniencia y hasta hoy se ha conservado, a pesar de fallas e incomprensiones. A quienes son incapaces de ser castos, a los libertinos e infieles en su matrimonio, a los que pretenden justificar todo tipo de relaciones sexuales, les significamos un reproche a su proceder, y por ello nos atacan y ridiculizan; quisieran eliminar el profetismo que significa el celibato.
Ya Jesús había advertido:"Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo... También a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras, lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió" (Jn 15,18-21).

ACTUAR
Quienes nos comprometimos a vivir célibes, mantengámonos fieles y alegres, con oración, sacrificio y vigilancia, pues las tentaciones nos acechan por todos lados. Ayúdenos la comunidad y las familias a disfrutar esta paternidad espiritual, y que nadie sea motivo de tropiezo. Conozcan los seminaristas las razones de este estilo de vida y oren para que se les conceda este carisma, que los hará padres y hermanos en Cristo, y así los pueblos en El tengan vida.

martes, 5 de mayo de 2009

A la hora de la verdad quienes están allí son los católicos

Por si alguno está aún un poco despistado con toda la manipulación que se está realizando con las palabras del Papa, que han sido sacadas fuera de contexto:

En una respuesta a un periodista francés durante el vuelo aéreo con destino a Camerún (17 de marzo de 2009)

Pregunta: Santidad, entre los muchos males que afligen a África, destaca el de la difusión del sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él a menudo no se considera realista ni eficaz. ¿Afrontará este tema durante el viaje? (Philippe Visseyrias de France 2).

Respuesta: Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la Comunidad de San Egidio que hace mucho, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en tantas otras cosas, en todas las religiosas que están al servicio de los enfermos... Diría que no se puede superar este problema del sida sólo con dinero, aunque éste sea necesario; pero si no hay alma, si los africanos no ayudan (comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema. La solución sólo puede ser doble: la primera, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que conlleve una nueva forma de comportarse el uno con el otro; y la segunda, una verdadera amistad también y sobre todo con las personas que sufren; una disponibilidad, aun a costa de sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Éstos son los factores que ayudan y que traen progresos visibles.
Por tanto, yo diría que nuestras dos fuerzas son éstas: renovar al hombre interiormente, darle fuerza espiritual y humana para un comportamiento correcto con respecto a su propio cuerpo y al de los demás, y esa capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer presente en las situaciones de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y la Iglesia hace esto; así da una contribución muy grande e importante. Damos las gracias a todos los que lo hacen.

Hay que tener presente que a la hora de la verdad, quienes están allí son los católicos, misioner@s que están acompañando día a día en el sufrimiento de esos hermanos nuestros...

domingo, 22 de marzo de 2009

¿Tiene sentido el sufrimiento?

Quizá como ninguna realidad humana, el sufrimiento ha sido descrito, estudiado, meditado y expresado en sus múltiples manifestaciones a lo largo de toda la historia. Y, sin embargo, hay que dejar bien claro desde el principio que no se llega a conocer de verdad lo que es el sufrimiento más que por la vía de la experiencia al vivo, bien mediante la vivencia del sufrimiento en uno mismo, bien mediante la presencia asidua junto a los sufrientes de sus cuidadores –familiares, profesionales sanitarios, agentes pastorales o voluntarios- y permitiendo estos que aquellos les transfieran una parte de sus padecimientos.

No es difícil encontrarse con personas que sufren y preguntan ¿por qué me ha tocado esto a mí?, ¿cuál es el motivo de mi sufrimiento? Los interrogantes son expuestos con toda crudeza a los agentes de pastoral de la salud. Ante ellos no se pueden dar respuestas falseadas ni salir por la tangente obviando el problema. Hemos de ser lo suficientemente serios para no tomar a broma el sufrimiento o frivolizarlo[1]. Hemos de ser conscientes que el ser humano no sufre únicamente a causa del dolor físico, sino además, porque siente amenazada la posibilidad de realizar su propia felicidad, la felicidad que le lleva a la plenitud, la felicidad con que Dios Padre lo sueña. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y quiere que sea feliz y que viva en plenitud[2].

“El máximo enigma de la vida es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano[3].

Ante la pregunta de si tiene algún sentido humano el sufrimiento, podemos responder tal y como lo plantea M. A. Monge[4]:
  1. El dolor tiene sentido en un ser que está en desarrollo; dicen los psicólogos y pedagogos que no se puede educar sin sufrimiento: no se puede dar a los niños todo lo que piden (hay que dejarles llorar en la cuna, no satisfacer todas sus apetencias, etc.). Un sufrimiento acompañado es bueno para el desarrollo del “yo”.
  2. También tiene sentido para los adultos, cuando éstos quieren ser colaboradores de su existencia, y así:
  • El sufrimiento realza la existencia humana, despierta lo verdaderamente espiritual en el hombre.
  • El sufrimiento deja al hombre a solas consigo mismo y ayuda a pararse, a reposar y a repasar, a despegarse de las cosas; «el dolor desnuda la esencia de las cosas» «el silencio acompañado del sufrimiento madura a la persona».
  • El sufrimiento –que acaba remitiendo al sentido de la propia existencia- debería ser siempre personalizador y personalizante. El filósofo M. Heidegger dice que el hombre es un ser inacabado y con el sufrimiento se puede lograr ese acabamiento, la plenitud.
  • El sufrimiento sirve para descubrir al hombre su propia condición, su insuficiencia radical.
  • Pone a prueba a la persona, la ayuda a superarse.
  • Puede fortalecer, ayudar a asentarse a la persona, y en ese sentido es una ayuda en la adquisición de las virtudes.
  • El sufrimiento une a los hombres: quien ha sufrido comprende mucho mejor a los demás.
No se puede decir que el dolor no tenga sentido: “El sufrimiento siempre es malo. Pero es una experiencia mala en la que se puede vivir algo positivo. El sufrimiento se me ofrece como posibilidad. Soy yo quien ha de decidir qué voy a ser, qué voy a vivir en el interior de esa experiencia dolorosa. Un sufrimiento que no es vivido interiormente queda en un hecho bruto, que no contribuirá a construir mi vida y que puede, por el contrario, destruirla”[5].

Es interesante la explicación que sobre el tema nos ofrece Anselm Grün: Cuando me sobreviene algún sufrimiento –enfermedades, contratiempos, golpes del destino, períodos de aridez interior, vacío, depresión…-, puedo interpretarlos como una forma de sentirme excluido de la vida. Pero también puedo tener presente que precisamente en esas circunstancias está cerca de mí, de una manera muy especial, el propio Cristo, que en la cruz padeció ya mi sufrimiento. Entonces no estoy solo con dicho sufrimiento. Y entreveo que, si lo acepto con los sentimientos de Jesús, también eso puede resultar fecundo para los demás. En lugar de acusar a Dios, asumo el sufrimiento, en solidaridad con quienes sufren en este mundo. Tengo en mi interior esta firme confianza: si padezco mi sufrimiento hasta el final con los sentimientos de Jesús, este mundo será más luminoso y más sano en este preciso lugar, y mi cruz se convertirá en signo de esperanza para los demás[6].

La teología de la esperanza no nos quita la perplejidad, aunque facilite las tareas de asumir y respetar. La fe no quita incertidumbres, aunque aporta luz y fuerza. Pero no lo hace proporcionando un saber que satisfaga la curiosidad sobre el más allá, sino dándonos la garantía de sabernos absoluta e incondicionalmente queridos, que infunde esperanza[7].

Hemos observado en este apartado, que existen diferentes modos de afrontar el sufrimiento, y cómo estos inspiran diferentes actitudes en cada persona, tanto en quien sufre como en quien acompaña al prójimo en su sufrimiento.

Recordemos que no somos libres para elegir cuándo se presenta la enfermedad, el dolor o la muerte. V. Frankl que sobrevivió a la experiencia de los campos de concentración señala que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, nuestra libertad de adoptar una posición para, por lo menos, escoger una actitud ante el sufrimiento[8]. Algo que entendió muy bien y plasmó en estos versos J. L. Martín Descalzo[9]:

“Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hasta el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.

Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acorralarme.

Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.

Llego, dolor, adonde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas”.


[1] Francisco J. ALARCOS, Bioética y pastoral de la salud (San Pablo, Madrid 2002)
[2] Calisto VENDRAME, Los enfermos en la Biblia (San Pablo, Madrid 2002)
[3] JUAN PABLO II, Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual (BAC, Madrid 2004)
[4] Miguel Ángel MONGE, Sin miedo. Cómo afrontar la enfermedad y el final de la vida (ediciones Universidad de Navarra, EUNSA, Pamplona 2006)
[5] Carta pastoral de los obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, Vitoria y San Sebastián, Al servicio de una vida más humana (Cuaresma 1992)
[6] Anselm GRÜN, Vuestra alegría será perfecta. El mensaje de Pablo a los cristianos de Filipos (Sal Terrae, Santander 2006)
[7] Juan MASIÁ CLAVEL, Tertulias de Bioética. Manejar la vida, cuidar a las personas. (Trotta, Madrid 2006)
[8] Víctor E. FRANKL, El hombre en busca de sentido (Herder, Barcelona 1991)
[9] J. L. MARTÍN DESCALZO, Testamento del pájaro solitario (Verbo Divino, Estella 1991)


Norka C. Risso Espinoza

El sufrimiento en el hombre


El sufrimiento entra en el hombre en distintos momentos de nuestra vida, se realiza de diferentes maneras; asume dimensiones diversas; sin embargo, el sufrimiento es inseparable de la existencia terrena del hombre; por ello la Iglesia, que nace del misterio de la redención en la cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular en el camino del sufrimiento. De aquí se deriva que el sufrimiento humano suscita compasión, respeto y, a su manera atemoriza, llegando a tocar en el hombre la más profunda necesidad del corazón y también el profundo imperativo de la fe.

El hombre sufre de diversos modos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones, ya que el sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y, a la vez, aún más enraizado en la humanidad misma. Cuando distinguimos entre el sufrimiento físico y moral, la misma tiene como fundamento la doble dimensión del ser humano: corporal y espiritual.

Aunque las palabras sufrimiento y dolor se pueden usar, hasta cierto punto como sinónimos, antes de seguir adelante, vamos a intentar aclarar estos términos, que serán constantemente utilizados, pues con las palabras sufrimiento y dolor intentamos expresar una gran variedad de sensaciones y fenómenos subjetivos, pero casi siempre lo hacemos intercambiando y mezclando significados diversos al usar una u otra palabra, como si se tratara de realidades idénticas en todos los casos.

Para entendernos, llamaremos dolor al padecimiento corporal y sufrimiento al padecimiento anímico, aunque sin olvidar que uno y otro repercuten entre sí, componiendo el padecimiento humano total[1].

Para la teología, el sufrimiento consiste en un sentimiento de pérdida, daño o carencia, sea físico o espiritual[2].

El dolor es una experiencia corporal y mental, que es subjetiva; a diferencia del sufrimiento se siente como una experiencia extraña a uno mismo, adventicia e inasimilable, que a veces debemos soportar. El sufrimiento es un sentimiento que puede resultar provechoso y bueno. Lleva una connotación de contención y elaboración del dolor. Lo que la persona sufriente explica ha pasado por su cedazo intelectual, cultural, afectivo e imaginativo, y llega al que lo acompaña más o menos próximo a la realidad experimentada.

[1] J. CONDE HERRANZ, Introducción a la pastoral de la salud. (San Pablo, Madrid 2004)
[2] J. M. Mc DERMOTT, Sufrimiento en “Diccionario De Teología Fundamenta”l (San Pablo, Madrid 1992)

Norka C. Risso Espinoza

viernes, 6 de marzo de 2009

La escucha que nos convierte

Estamos en tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, lo primero que nos podemos plantear es: ¿de que tenemos que convertirnos? En la sociedad en la que vivimos, en la que muchas veces impera el relativismo, probablemente hay poco para convertir; sin embargo, me animo a poner una frase que probablemente nos pueda invitar a la conversión: «Este es mi Hijo amado. Escuchadlo»

¿Cómo escuchamos? ¿Podemos convertir nuestra escucha? Aunque parezca ilógico, para escuchar sólo se necesita el corazón bien dispuesto, estar abiertos no sólo al que nos rodea, ante el que nos paramos, al que atendemos,… sino también estar abiertos a aquellos documentos eclesiales que tanto nos pueden aportar a nuestra formación, y por tanto, también a nuestra forma de movernos, de compartir con los demás, de ser y de estar en el mundo; me estoy refiriendo a documentos como Sacrosanctum Concilium, Ecclesia de Eucharistia,… documentos, entre otros, con los que nos podemos formar; documentos que nos invitan a abrirnos al misterio, a profundizar en el aspecto trinitario, a ir bajando los escalones hasta lo más recóndito de nuestros corazones para encontrarnos con Cristo vivo y presente en cada celebración.

Sí, creo que es desde allí desde donde puede empezar nuestra escucha, desde el aprender a saborear cada gesto, cada signo, cada símbolo, de nuestras celebraciones litúrgicas, el aprender a disfrutar del banquete de las dos mesas; no necesitamos añadidos superficiales, únicamente nuestra disposición, escuchar a Cristo en la Eucaristía, en el Sagrario, en la Exposición Sacramental, en la Palabra, en la Oración de los Fieles, en Laudes, Vísperas, Completas,… y otras tantas celebraciones.

Es desde esa escucha, en la que el Espíritu del Señor nos invita a movernos y poder dar lo mejor de nosotros a nuestros hermanos, ya sea en nuestras familias, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo… y al igual que ‘sólo es capaz de amar aquel que se ha sentido amado’, sólo seremos capaces de transmitir aquello que vivimos cuando lo conocemos y experimentamos, sólo podemos ser contemplativos en la acción cuando hayamos sido capaces de interiorizar aquello que el Hijo amado nos dice; por tanto, escuchémoslo y desde allí nos sintamos llamados a convertir nuestro corazón en un corazón abierto a lo trascendental y abierto a lo profundo y mágico de estos documentos eclesiales.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 9 de febrero de 2009

“Cultura de la racionalidad”

Ante la diversidad de contenidos que definen la vida humana, caben dos opciones; el escepticismo que pone en duda toda convicción humana, concluye en el relativismo e invita a privatizar la verdad; o la pregunta por la posibilidad de una verdad válida donde toda subjetividad coincida. Husserl, por ejemplo, opta por esta segunda opción y pretende mostrar que la posibilidad de una metafísica es verdadera; la metafísica como pretensión de alcanzar la verdad radical que sustente la autenticidad humana con certeza y como condición de posibilidad de constitución de la comunidad humana.

Con la irrupción de la filosofía emerge una forma de ver el mundo basada en la razón, en una razón ingenuamente objetivista, cosificada, por eso asistimos con ello al nacimiento de la “cultura de la racionalidad”, que sería, al decir de Husserl, un nuevo nivel de historicidad en la vida humana; pero el hombre actual ha perdido la fe en aquello que la caracteriza como tal y que supone la condición de posibilidad de una humanidad plena: la razón.

La pérdida de la fe en la razón, por parte del hombre, supone la perdida de la fe en sí mismo, lo que lleva al hombre a seguir buscando su propia verdad, pero no se puede llegar a ella sin tener en cuenta la veritas, el pasado se convierte en la “norma” desde la que evaluar la aletheia, para poder trabajar la emunah. No nos encontramos, ante un pensamiento relativista o historicista, sino ante un pensamiento en el que no todas las lógicas, no todas las concepciones de la verdad, son iguales, dependen del espacio y del tiempo en la que ha vivido cada ser; si bien, tiene que haber algo universal.

No podemos renunciar a un conocimiento universal, una forma de salir de la anterior crisis podría ser volver a hacer una apuesta por restaurar la fe en la razón, ya que la racionalidad como tal no es perjudicial, pero siempre teniendo en cuenta que lo importante no es una razón impuesta a la fuerza; sino que lo importante es la fuerza de la razón.


Norka C. Risso Espinoza

viernes, 16 de enero de 2009

La 'buena o mala muerte'

Hoy, la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento se viven como un fracaso. Por tanto, tampoco se acepta la muerte, que es el último e inexorable fracaso y, como no se puede evitar, se lleva en silencio, sin ceremonias que trasciendan de lo privado. En el ámbito individual, el dolor, la pena y el duelo son similares e incluso más intensos que en épocas anteriores. El dolor se vive en la intimidad, e incluso el hacer excesivas manifestaciones de dolor se considera como exageraciones.

Antiguamente la ‘buena muerte’ era la que llegaba poco a poco, la que daba tiempo para reconciliarse con Dios y con el prójimo. Sin embargo, la ‘mala muerte’ era la muerte repentina, la que había venido a hurtadillas y segado la vida sin que el moribundo hubiera tenido tiempo de poner en orden su vida espiritual, religiosa y humana. Hoy en día, los conceptos han cambiado y la muerte deseada es la muerte repentina, sin sufrimiento. Tal vez por la falta de contenido de nuestras vidas, pensamos y sentimos que no necesitamos reconciliarnos con nada ni con nadie.

La muerte de hoy es con frecuencia la muerte en soledad. Nos parece una muerte trágica y conceptuamos la soledad como un sufrimiento añadido muy importante. Por eso, nos imaginamos una muerte buena como una muerte en paz, sin sufrimientos y, sobre todo, rodeados de nuestros seres queridos, que en ese momento nos aportan cariño y consuelo.

Cuando el tiempo de la partida es inminente (2Tim 4,6), y, aparentemente, no resta si no aguardar la muerte, el anciano enfermo es la figura de una plenitud que ni siquiera el deterioro progresivo anula. «No habrá jamás... viejo que no llene sus días» (Is 65, 20). El final de la vida puede estar lleno de recuerdos y de nostalgias, y también de agradecimiento; de experiencias y de sabiduría, de desasosiego y de serena confianza; de soledad sufrida, por impuesta, y de soledad fecunda. Es el tiempo de volver a Dios con amor, con las manos abiertas y el corazón agradecido.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 5 de enero de 2009

Sin perder la infancia espiritual

Es gracioso que todavía haya personas a las que les guste celebrar su cumpleaños con tarta y un regalo envuelto en papel regalo con lazo incluido, pues ya veis, los años van pasando, pero en nuestro fuero interno sigue ese ‘ser niño’ que nunca se pierde. Y de verdad que está genial, no perder nunca esa infancia, pero sobre todo no perder la infancia espiritual, ya nos decía Hans Urs von Baltasar que esta infancia espiritual es crucial para entender el cristianismo, los pequeños y sencillos podrán comprender el amor que hay entre el Padre y el Hijo, el ser como niños nos ayuda a maravillarnos por el amor que Dios Padre-Madre tiene por cada uno de nosotros.
¡Feliz Año 2009 y que sigamos cumpliendo años sin perder nuestra infancia espiritual!

Norka C. Risso Espinoza

martes, 30 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

Anunciar el amor del AMOR

Desde marzo, que viví esta experiencia, ya han pasado días, sí, aún así, siempre es bueno recordar, ya que no podemos dejar de lado nuestra propia historia, es desde ella que seguimos caminando para llegar a la meta, mientras tanto nos toca seguir viviendo una historia de salvación personal y eclesial, por eso comparto con vosotros esta especie de carta que escribí en aquella Pascua. Estamos en pleno Adviento, pero la finalidad es la misma anunciar el amor del AMOR:

Amar al Amor, con esta finalidad un grupo de la Guardia de Honor del Corazón de Jesús nos hemos sentido llamados a vivir y experimentar estos días una ‘Pascua Contemplativa’, tiempo de reflexión y de oración, en el que no sólo hemos querido acompañar a Jesucristo, sino que además nos hemos sentido inmensamente acompañados por Él. ¿Cómo agradeceré al Señor tanto bien que me ha hecho?... (Salmo 115)

Gracias a las hermanas Salesas del Primer Monasterio de la Visitación, a su oración constante y la oración de tantos amigos de la Guardia de Honor que nos han estado acompañando en el corazón de Jesucristo, hemos podido tener un encuentro con el Amor, un encuentro en el que nuestro corazón se colma del amor de Cristo, un encuentro en el que experimentamos la gracia de sentirnos arropados en el Corazón traspasado de nuestro Señor, hemos sentido el gran amor que Dios siente por cada una de sus criaturas.Ya el Jueves santo, en el Cenáculo y Getsemaní comenzábamos a saborear y vivir el misterio del corazón de Cristo, acompañándolo en la Eucaristía, y en aquella noche oscura vivíamos con Él su amor, en esa noche el corazón de Cristo, ardiendo de amor, se preparaba para darse, pedía al Padre por cada uno de nosotros. El Viernes santo nos abrió su corazón, daba sentido a nuestro ser cristianos, y meditábamos las ‘siete palabras’, aquel viernes santo su corazón fue traspasado por la lanzada en la cruz, todo el amor que derrochó en ese momento, sigue manando en nosotros, por ello desde la Guardia de honor del Sagrado Corazón de Jesús ofrecemos una hora al día como prueba de amor y reparación al corazón de Cristo, herido de Amor, por ello es tan importante para nosotros el primer viernes de mes. El Sábado santo acompañábamos a María en su soledad, en silencio nos preparábamos para el gran día, la Pascua del Domingo de Resurrección, para experimentar que Cristo vive, ha resucitado, y poder sentir cada uno, lo que dijo santa Margarita María de Alacoque: ‘¡Ojalá pudiera contar todo lo que sé de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en su corazón adorable, y que quiere derramar con abundancia sobre todos los que la practiquen!’, eso es lo que nos toca vivir ahora, anunciar el amor del AMOR.


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 30 de noviembre de 2008

Para la familia

Ya han pasado unos días, desde que el Señor decidió llevarse a la tía Judit, ya estará gozando en los brazos del Padre e intercediendo por nosotros, estará disfrutando de otras alegrías que entre nosotros no pudo disfrutar, como el reencuentro con Corina y otros seres queridos...

Si bien es cierto que a nosotros nos deja cierta tristeza su partida, también es cierto que nos deja la alegría de lo poco o lo mucho compartido con ella. A vosotros además la satisfacción del trabajo bien hecho hasta el final, el cariño, la entrega, el ser y estar en cada momento de su vida.


Y aunque en esos momentos siempre caen lágrimas por su partida, y se nos queda el corazón encogido porque un trocito de nosotros se nos va, también es verdad que dentro de nosotros arde una llamita de luz con todos los buenos recuerdos vividos con ella, y mucho más para sus seres más queridos y cercanos.

Por tanto agradecer a la tía Judit por su presencia y por todos aquellos de vida que nos regaló, y a vosotros, hij@s, niet@s, sobrin@s,... pero sobre todo a la tía Laura, daros una palmadita en la espalda porque estuvisteis allí hasta el final, además, palabras de consuelo, porque la tía sigue viva en nuestros corazones, y mucho ánimo para seguir caminando con la confianza puesta en Dios y sabiendo que tenemos en el cielo, una persona más que intercede por nosotros.

Unión de oraciones y un fuerte abrazo.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Iglesia y el sufrimiento

Siguiendo a Jesucristo, para la Iglesia se convierte en imperativo el aliviar el sufrimiento, el llevar la palabra de consuelo y del triunfo verdadero al hombre postrado por el dolor y la muerte. El Padre, en el Hijo, mediante el Espíritu nos da la única vida plena que podemos alcanzar los hombres. Si el dolor es un misterio, la Vida es un don del Dios Trinitario que ha de ser acogido y vivido en toda su hondura.

La vida humana no puede desarrollarse sino dentro de la Iglesia, dentro de relaciones sociales satisfactorias. Esto se ve también en la enfermedad. El que está completamente aislado, se encuentra ya enfermo. El proceso de curación no puede realizarse sino en el marco de relaciones sociales sólidas o debe verse apoyado por estas. Por eso, es de importancia decisiva para el sufriente no sólo una mejora de sus vínculos familiares y de amistad, sino también y principalmente la relación entre el acompañante y el acompañado y la relación personal con quienes le prestan asistencia sanitaria[1].

Si el dolor dejaba a Job aislado y solitario, en la Cruz descubrimos la respuesta de Dios: un amor que se acerca, que carga con el sufrimiento ajeno, que lo hace propio. La Vida nueva surgirá de este sufrir solidario. Y es que por amor creó Dios el mundo y en amor se sintetiza todo su designio, pues Dios mismo es Amor.

Bebiendo en el manantial de la Sagrada Escritura los cristianos aprendemos que la salud humana en este mundo no es otra cosa, en el fondo, que la expresión temprana e inacabada del ansia de vida plena y eterna, de felicidad sin límites, a la que nos sentimos llamados por Dios, el viviente, de quien los hombres somos imágenes e hijos. Esta ansia brota de los más íntimo de nuestro ser y busca incesantemente manifestarse como salud en todos los planos de nuestra persona: en el cuerpo y en la interioridad, en el psiquismo y en nuestra relación con los otros seres humanos y con el universo. Es un ansia de vida tan radical y totalizante que constituye nuestro verdadero ideal de perfección. Tal ansia de vida sólo se sacia en el encuentro con Dios, es su compañía y comunión[2]. Así lo expresaba ya en el Antiguo Testamento nuestro Job. Se expresa en el Nuevo Testamento, nos los dice Jesucristo y lo manifiesta el Espíritu Santo a la Iglesia.

El tema central del mensaje de Jesús fue la predicación del reinado de Dios. Aunque este reinado ha invadido la historia humana en la persona y la misión de Jesús, la consumación del Reino de Dios ocurrirá más allá de la historia en la era por venir, cuando la creación será restaurada, y el sufrimiento y el mal definitivamente derrotados. Jesús, y ciertamente la primera generación de cristianos, interpretaban su muerte y su resurrección, como el comienzo de este proceso. Vislumbres de ese reino futuro se pueden ver en las curaciones milagrosas de Jesús. Son signos del Reino pero no su realización completa. Los cristinos debemos mantener un equilibrio entre una ‘escatología ya realizada’ que se centra en la transformación de la vida aquí y ahora dentro de la vida presente, y la que puede apreciarse en el reino de Dios haciéndose presente en las curaciones de Jesús, y una ‘escatología futura’ que destaca la transformación radical que acontecerá al final de los tiempos. Necesitamos mantener un equilibrio entre estas dos perspectivas en la tensión “ya/todavía no” que forma parte de la experiencia cristiana de salvación. El Nuevo Testamento promete un final al sufrimiento con la llegada definitiva del Reino de Dios, cuando habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde sufrimiento y dolor serán cosa del pasado, porque estaremos sumergidos en el amor de Dios y una vida que es eterna[3]. Esta visión de un mundo transformado está descrita en Romanos 8, 19-23 y en Apocalipsis 21, 1-4.

Y mientras tanto, Dios amor deja a la Iglesia colmada del Espíritu, este Espíritu sostiene al hombre en su sufrimiento, el hombre perdido del Espíritu se encuentra falto de algo que llene su vida, se encuentra fatigado y abatido, sin encontrar el alivio. El hombre necesita de la “medicina espiritual” que es Dios amor, que se hace presente en Jesucristo, salud de Dios para los hombres. Esa es precisamente nuestra misión: anunciar a Dios como fuente de vida.

El amor de Dios a nosotros es el fundamento de nuestra existencia. Nosotros existimos porque el amor de Dios nos mantiene, es el cimiento de nuestra existencia. A este respecto escribía el cardenal Ratzinger: Todos nosotros existimos porque Dios nos ama. Su amor es el fundamento de nuestra eternidad. Aquel a quien Dios ama no perece jamás[4]. Y también nos afirma como Papa: la alegría es un elemento constitutivo del cristiano pues, mientras que tras la felicidad terrenal puede esconderse la desesperanza, el camino de la fe ofrece la auténtica alegría: aquella que, además de ser compatible con las dificultades de nuestra existencia, contribuye a hacerla más fácil. El que se apoya en su fe sabe que Dios le creó para ser feliz por toda la eternidad, y que esta eterna y plena felicidad sólo la encontrará cuando encuentre a su Creador.

[1] Wolfgang WESIACK ¡Ánimo para la angustia! Actitud creativa ante la enfermedad y la crisis, (Herder, Barcelona 1995)
[2] Antonio María ROUCO VARELA, El Evangelio, la Buena Noticia de la Salud. Misión evangelizadora destinada al mundo sanitario y a la Iglesia diocesana. (Arzobispado de Madrid, Madrid 2000)
[3] Christopher GOWER, Hablar de sanación ante el sufrimiento (Desclée De Brouwer, Bilbao 2006)
[4] Joseph RATZINGER, Cooperadores de la verdad (Rialp, 1991)


Norka C. Risso Espinoza

domingo, 2 de noviembre de 2008

Dios y el sufrimiento

La vida del hombre está sujeta al sufrimiento y al dolor. La enfermedad y la muerte acompañan al hombre, en su realidad débil, sin necesidad de recurrir a Dios como causa directa del mismo o hacerlo fruto de su voluntad sobre el individuo concreto.

La Plenitud se da sólo en la realidad divina como increada y como sumo Bien y Bondad, por lo que el hombre como ser creado es necesariamente inferior, lo que le confiere su categoría de débil y expuesto a las realidades hirientes.

Frente a la idea retributiva del sufrimiento como consecuencia del propio pecado, la misma Palabra de Dios en el libro de Job deja en suspenso esta idea al presentarnos el sufrimiento del justo y su experiencia profunda del amor y de la grandeza de Dios. No hay relación directa y permanente, entre el pecado de cada persona y el propio sufrimiento.

La relación sana con Dios especialmente en el sufrimiento, requiere una purificación constante. Pues fácilmente proyectamos en Él nuestros temores, deseos, pensamientos, y no nos relacionamos con Él tal cual es. Al final de la noche oscura del sufrimiento experimentamos, como Job, el misterio vivo de Dios, fuerte en la debilidad, presente en la ausencia, elocuente en medio del silencio. En el corazón del sufrimiento nos espera siempre el amor de Dios. Un Dios que sufre con nosotros para que nosotros aprendamos a amar con Él y como Él.

La apertura a Dios, cambia la dimensión experiencial de la persona que sufre, y hace al mismo tiempo vislumbrar un sentido al sufrimiento y una vivencia pacífica y serena del mismo.

En Jesucristo se descubren los rasgos y los gestos concretos de la cercanía de Dios respecto de las personas que experimentan el sufrimiento y el dolor. Sus palabras y curaciones son expresión directa de la voluntad de Dios de que las situaciones de sufrimiento y de dolor no sean definitivas, sino abiertas a la plenitud ya desde aquí y ahora.

El sufrimiento vivido por el Verbo encarnado, es el lugar de amor incondicional de Dios al hombre. El dolor vivido en unión con aquel que desde un patíbulo demostró el amor del Padre, que está presente aún en el silencio más doloroso, es elevado a la categoría de salvífico.

La Resurrección de Jesús es el inicio y el anticipo para nosotros de la afirmación última y definitiva sobre el sentido de la vida humana, aún de la vivida en dolor y aparente sin sentido. Dios tiene la Palabra definitiva en su Hijo ajusticiado: Yo soy la Resurrección y la vida... sólo Él da sentido a todo.


Norka C. Risso Espinoza

sábado, 30 de agosto de 2008

Grupo de Reflexión con nuestros mayores: ¿Y ahora qué?


Durante este curso queremos seguir caminando hacia el Amor, hacia el abrazo del Padre que nos espera lleno de amor misericordioso, porque nos ama como somos, nos conoce perfectamente y aún con nuestras inseguridades, nuestros reproches, y nuestras incoherencias nos ama.

Sí, nosotros también murmuramos y nos rebelamos en este camino de nuestra enfermedad, del sufrimiento, al igual que hizo el pueblo de Israel al salir de Egipto, y Dios sigue poniendo ante nuestro camino ‘profetas’ que nos guían, que nos animan, y hacen cambiar nuestros corazones, por eso compartimos y reflexionamos en grupo nuestras pequeñas experiencias de vida, no sólo queremos compartir vida en el día a día, sino que también queremos compartir fe.

En el camino de este curso y con el Corazón en ascuas[1], nos encontraremos no sólo con la Eucaristía, sino también con el maná que nos proporciona Jesucristo, desde su Palabra, que es vida para nosotros, así tendremos el Alimento para el camino, con la ayuda de unas reflexiones de Nouwen; y estas reflexiones, junto con nuestra participación nos ayudará a conocer un poco más a Dios, y podremos decir Lo que es Dios, desde las Escritura, desde pasajes bíblicos que nos estimulan a seguir caminando.

Pero como en todo camino, llega un momento en el que nos sentimos cansados, y por eso tendremos Vitaminas para el alma, en nuestra inquietud encontraremos aquella Palabra de Dios que nos anima a seguirle. Y una vez realizado el camino disfrutaremos de un Bizcocho bíblico con aquellas actitudes, sentimientos, valores que nos invitan a sentirnos cobijados en Jesucristo.

Este es nuestro proyecto para este curso, pero no nos podemos olvidar que estamos en el Año Paulino, y nosotros también formamos Iglesia, por ello en medio del camino, queremos escucharle e imitarle. Pablo invita a la conversión, nosotros también queremos abrir nuestro corazón a Dios, y prepararnos para pisar la Tierra Prometida que Dios nos tiene preparada, y aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón (1 Jn 3,20) y ya que el amor de Dios se nos manifiesta en el perdón, y su corazón se alegra en la fiesta de la Reconciliación[2], vamos a permitir a la gracia que ilumine las tinieblas interiores y disfrutaremos de la experiencia personal y liberadora del Sacramento de la Reconciliación.

[1] Con el corazón en ascuas. Meditaciones sobre la vida eucarística, Henri J. M. Nouwen, Ed Sal Terrae
[2] Dios es más grande que tu corazón. La fiesta de la Reconciliación, Valentí Salvoldi, Ed Paulinas


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 21 de agosto de 2008

Duelo. Con la familia.

El enfermo ya no está, ha cruzado el umbral de la esperanza, ha partido hacia los brazos del Padre y de los que le esperan al otro lado,… pero a los que se quedan aquí les ha dejado un supuesto vacío, ¿por qué digo supuesto? Pues porque aunque nuestro ser querido ya no esté con nosotros físicamente, sí hay algo que no nos podrán quitar nunca, y son los recuerdos de todo lo vivido con él, sí, esto queda grabado no sólo en nuestra mente, sino sobre todo en nuestros corazones; y aún así la familia ha de proseguir con su vida sin él, sin su presencia física.

En ocasiones la relación de atención a su ser querido ha sido bien estructurada y la despedida ha podido hacerse sin gran dificultad y de manera real tanto en el plano físico, como en el espiritual, quedando la familia con la ausencia física, pero también con el confort y consuelo de la tarea bien hecha. En esto un equipo interdisciplinar tiene mucho que hacer bien, ya que unos últimos días con síntomas incontrolados se van a vivir como un sufrimiento evitable, como de cierto abandono y... quedarán cuentas pendientes en la elaboración de la pérdida; pudiendo quedarse la familia enganchada en un duelo patológico.

Tomemos en especial consideración que según sean los últimos días de la vida del enfermo serán los días futuros de los que lo quieren, de los que con cierta tristeza ven cómo se cierra el capítulo de una vida. Nuestro acompañamiento ha de continuar hasta su total resolución. Explicar que nos pueden llamar para aclarar las dudas que puedan surgir una vez que no estemos allí, porque si bien es cierto que unos parten, somos otros tanto los que nos quedamos y podemos seguir estando presentes, acompañando, escuchando…

Pasados unos días deberíamos ponernos en contacto con la familia para expresarles nuestro sentimiento por la pérdida de su familiar, reforzarles positivamente su labor en el cuidado que prestaron al paciente evitando así sentimientos de culpabilidad, trasmitiéndoles que nos tienen a su disposición para lo que necesiten. Se les puede ofrecer la posibilidad de celebrar un funeral en compañía de los que fueron sus compañeros y del personal que les ha atendido.


Norka C. Risso Espinoza

jueves, 14 de agosto de 2008

Aspectos del acto de fe

Fe como objeto y contenido
Sería el objeto material de la fe, tradicionalmente la “fides quae” (CREDO DEUM: Creo en Dios).

El objeto de la fe no es una verdad abstracta sino el ser personal de Dios (Jn 17, 3); por eso el acto del que cree no se agota en meras formulaciones sino que tiende a la relación personal.

El contenido esencial de la fe es Jesucristo, Hijo de Dios (Mc 8, 20). Cristo como objeto de la fe y, a la vez, como fundamento de la misma.

Fe como adhesión personal
Es el objeto formal de la fe, la “fides qua” (CREDO DEO: Creo a Dios).

Dios, testigo de la fe, garantiza la verdad de la Revelación. En definitiva creemos por la autoridad del Dios que revela, porque Dios da testimonio de sí. Este testimonio de Dios se expresa, según Sto. Tomás, en la vocación interior (mediante la mente, por la iluminación) y por medio del corazón (por la inspiración); y se manifiesta mediante la Palabra (Dios habla en Cristo y a través de la Iglesia) y mediante los signos.

Fe como diálogo del hombre con Dios
En analogía a lo que es e implica el diálogo interhumano (deseo de confidencia, comunicación, comunión interior).

Desde la eternidad existe la intención de Dios de revelarse al hombre; y Dios se sirve de medios humanos porque el hombre tiene necesidad de cosas sensibles. Cuando el hombre responde a esta llamada de Dios lo hace con la adhesión de la fe, cuya consecuencia es un nuevo modo de ser y de actuar.


Norka C. Risso Espinoza

miércoles, 13 de agosto de 2008

El prisionero de la caverna

Para Platón existen dos mundos: el mundo sensible o aparente (mundo representado por la cueva y la oscuridad) y el mundo de las ideas o verdadero que es inteligible (fuera de la caverna, donde brilla el sol).

Cada elemento que aparece en este mito tiene un significado especial:
  • La caverna platónica: puede simbolizar el mundo aparente, material fenoménico y también podríamos decir virtual. Puede simbolizar nuestra época, donde sólo vemos las sombras de las cosas y no tenemos muy claro qué son. Esto lo vemos en el hecho de que la caverna es oscura. Las cadenas nos unen a la caverna. Nuestra ignorancia, comodidad etc. nos imposibilita salir de la caverna, de esta falsa realidad.

  • Las cadenas: pueden simbolizar el miedo, la comodidad, el hedonismo, la ignorancia, etc. del hombre postmoderno que está “atado” o sujeto a una realidad falsa y a un mundo fenoménico. Representan ese impedimento para salir del mundo aparente.

  • Los prisioneros: pueden representar al hombre postmoderno, a nosotros mismos que muchas veces nos “encadenamos” a una realidad fenoménica. Somos “esclavos”, por ejemplo de la publicidad, del consumismo, de la corporeidad, etc.

  • Las sombras: pueden simbolizar lo que podemos ver, y en muchos casos queremos ver, aunque no sean verdades sino apariencias. El hombre postmoderno prefiere ver sombras, porque éstas no implican una reflexión. El hombre postmoderno prefiere lo fácil y cómodo aunque no sea lo importante o lo trascendente.

  • La ceguera: puede simbolizar el dolor, la dificultad, y la confusión que implica para el esclavo enterarse de que existe un mundo real por conocer y que vivía en sombras y penumbras. El hombre está tan acostumbrado a ver las sombras de los objetos, que ver los objetos le provoca molestia, dolor, etc. El hombre postmoderno está acostumbrado a ver sólo lo material, lo fenoménico, empírico y funcional en las cosas y no quiere ver la profundidad de las cosas.

  • La salida: puede simbolizar la liberación del hombre (filosofía: liberación, búsqueda de la verdad), el paso de éste al mundo inteligible donde se ve la luz del sol, la claridad, la verdad. El sendero que el hombre recorre para salir es empinado y representa la dificultad que trae el “enterarse” de la existencia de otra realidad, de la verdadera. La luz del sol es la causa, el principio. Cuando el hombre logra finalmente ver las cosas bajo la luz del sol sin encandilarse empieza a admirarse de éstas. Al sentir admiración por algo el hombre comienza a reflexionar, a querer conocer, a buscar la verdad. Eros nos impulsa a que a pesar de la dificultad, subamos la cuesta y representa el coraje, el deseo de ver la realidad, trascender y conquistar la realidad.

  • El regreso: cuando el hombre ve la verdadera realidad y se da cuenta que vivía en un engaño, decide advertir a sus compañeros que todavía viven en esta falsedad y entre las penumbras. Cuando les advierte sobre la situación, éstos lo rechazan, se burlan de él, lo tratan de loco y lo apartan de ellos. El motivo de este comportamiento reside en que, como ya hemos dicho, el hombre postmoderno busca la comodidad, la facilidad aunque el resultado no sea más que apariencias y mentiras. El hombre postmoderno rechaza y discrimina a quien piensa distinto a él y cree que tiene la verdad absoluta de las cosas, cuando en realidad le queda toda la verdad, que es inagotable, por conocer y descubrir.
Cabe aclarar que Platón enseña por este mito a su discípulo la vida de un filósofo, y le pone el ejemplo de su maestro Sócrates que fue muerto a causa de su pensamiento, de sus ideales, e incluso de su forma de vida y recibió un juicio injusto donde se defendió con la verdad. Platón guarda cierto rencor a la sociedad por esto y escribe la “Apología de Sócrates” donde reproduce el juicio, las acusaciones y sobretodo la defensa y enseñanza de Sócrates a la sociedad que lo discriminó por pensar distinto.

Personalmente pienso que tenemos la filosofía para liberarnos de las “cadenas”, para poder ver la realidad completa y para poder trascender. Todos somos capaces de hacer filosofía y si no lo hacemos es por nuestra comodidad, nuestros miedos, nuestro conformismo, etc.

Las cosas tienen dos dimensiones: la superficial o aparente y la profunda. La Filosofía se encarga de buscar la profundidad, la causa primera, y la raíz de las cosas. Pienso que la Filosofía nos invita a mirar “más allá”, a cuestionarnos sobre la realidad y buscar la esencia de las cosas.

La filosofía está para desvelar la realidad, conocerla, también para encontrar el verdadero sentido de las cosas. Hacer filosofía es ver la realidad completa. Pero lo que está claro es que no hay Filosofía sin hombre que piense, que se cuestione. La función de ese hombre es transmitir la verdad, reflexionar, contemplar la realidad…


Norka C. Risso Espinoza

martes, 22 de julio de 2008

Acompañamiento espiritual al enfermo

El acompañamiento es un servicio de mediación a la persona que busca el sentido de su vida desde la coherencia interna, la interiorización de significados y las propuestas de futuro. Significa:

Ø Disponerse a entrar en tierra sagrada “descalzos” libres de algunas tendencias más o menos arraigadas como
- las de moralizar sobre lo que el enfermo dice, siente, ha hecho…
- la de responder con frases hechas y consuelos baratos…
- la tendencia a investigar o a llenar la visita de preguntas
- la tendencia a decir al otro lo que tiene que hacer, sentir o pensar
- la tendencia a decir aquello que uno mismo no se cree

Ø “Hacerse cargo” de la experiencia ajena, dar hospedaje en uno mismo al sufrimiento del prójimo, así como disponerse a recorrer el incierto camino espiritual de cada persona, con la confianza de que la compañía sana ayude a superar la soledad, genere comunión y salud en el sentido holístico.

Ø Generar salud, quien acompaña, con una discreta presencia, genera mayor confort físico, mayor estabilidad emocional, una compañía para compartir las preguntas por el sentido, las inquietudes y los malos momentos que conlleva la enfermedad.

Ø Caminar al lado, quien acompaña no dirige, sino que camina al lado, no impone sino que insinúa, no aconseja sino que discierne en común, es hacer un camino con el que sufre, yendo a su ritmo, acompasando las notas musicales del mundo interior.

Ø Simbólicamente “comer el pan juntos”, es sentarse a la mesa emocional y espiritual del enfermo e intercambiar cuanto hay en ella: sentimientos, deseos, preocupaciones, esperanzas…

En este acompañamiento, la oración y, de forma especial, los sacramentos de la Eucaristía, del Perdón y de la Unción constituyen el momento culminante del camino de la fe, del encuentro con Dios en Cristo misericordioso, a través de la mediación humana del acompañante espiritual.


Norka C. Risso Espinoza

lunes, 21 de julio de 2008

La familia del enfermo

A lo largo de la historia, la familia ha sido y sigue siendo, la primera y más importante institución asistencial del mundo sanitario, lo es por su cercanía, por las prestaciones que ofrece, por su comunicación, su participación, su presencia y afectividad, y, principalmente por su amor fraterno y servicial hacia el enfermo, su ser querido.

Cuando una persona enferma, la familia también enferma y se ve afectada, a veces profundamente. La enfermedad trastorna el ritmo de vida de toda la familia, puede desestabilizarla y suele producir desequilibrios emocionales. La familia necesita al igual que el enfermo, y a veces más, que se promueva y acompañe el desarrollo de la parte espiritual, dentro de la asistencia integral del paciente.

El primer momento de intervención que se realiza con la familia, se produce en el momento de la acogida, es cuando podemos empezar a dar un apoyo humanizado, primero tenemos que conocer a la familia, acercarnos y escuchar sus problemas, según las necesidades, buscamos medios y cauces para estar cerca y acompañarlas, para poder resolver los diversos problemas, teniendo siempre en cuenta que trabajamos formando parte de un equipo multidisciplinar.

Se realizan posteriores seguimientos, que nos ayudan a entender y vivir mejor nuestro acercamiento al paciente, dentro del marco familiar, extendiendo a estos nuestra misión evangelizadora y de humanización.

En nuestro acompañamiento espiritual, no podemos permanecer insensibles ante el sufrimiento que ocasiona en la familia la enfermedad de alguno de sus miembros, tenemos que ser apoyo emocional, compartiendo el sufrimiento y las penas que la enfermedad conlleva, infundiendo consuelo y esperanza, reconfortando en la angustia, ayudando a liberar miedos y temores, estando cerca de la familia abrumada por la enfermedad.

A la familias también se les puede invitar a celebrar la fe y los sacramentos, junto con los pacientes y demás miembros de la comunidad terapéutica, haciéndoles partícipes de la vivencia que experimentan sus seres queridos, en su relación consigo mismo, con los demás pacientes, y con Dios amigo, en la convivencia y en la integración, inspirando en los familiares el amor y la fraternidad.


Norka C. Risso Espinoza