Quiero empezar esta
entrada con las palabras de Rabindranath Tagore:
No
me dejes pedir protección ante los peligros, sino valor para afrontarlos.
No me dejes suplicar que se calme mi dolor, sino que
tenga ánimo para dominarlo.
No me dejes buscar aliados en el campo de batalla de
la vida, como no sea mi propia fuerza.
No me dejes anhelar la salvación lleno de miedo e
inquietud, sino desear la paciencia necesaria para conquistar mi libertad.
Concédeme no ser un cobarde, experimentar tu
misericordia sólo en mi éxito; pero déjame sentir que tu mano me sostiene en mi
fracaso.
Estas palabras son
como el prefacio de este libro de Elisabeth Kübler-Ross, «Sobre la muerte y los
moribundos».
Este es uno de esos
libros que cuido porque es especial para mí, los motivos son varios, uno de
ellos es que es un regalo de mi amiga Olimpia. Este es uno de esos libros que
es difícil que te regalen, el título para empezar no invita a ello; sin
embargo, los que me conocen saben que por mi
profesión continuamente estoy intentando estar al día en estos temas.
Negar la muerte como
hecho individual o social (con mecanismos del tipo «ya me preocuparé cuando sea
necesario») tiene una importante consecuencia: la falta de preparación
psicológica cuando se presenta el trance; especialmente en el paciente, pero
también en los allegados o el equipo que lo atiende.
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