El Papa Francisco ha tenido este lunes 21 de diciembre de
2015 su encuentro anual con la Curia Vaticana para intercambiar las
felicitaciones de Navidad, en su discurso comentó que si bien el año pasado
habló de las enfermedades curiales a las que está expuesta la Iglesia, y que
debilitan el servicio a Cristo; este año quería presentar los “antibióticos
curiales” en clave de misericordia.
1. Misionariedad
y pastoralidad. La misionariedad es lo que hace y muestra a la curia
fértil y fecunda; es prueba de la eficacia, la capacidad y la autenticidad de
nuestro obrar. La pastoralidad sana es la búsqueda cotidiana de seguir al Buen
Pastor que cuida de sus ovejas y da su vida para salvar la vida de los demás.
2. Idoneidad
y sagacidad. La idoneidad necesita el esfuerzo personal de adquirir los
requisitos necesarios y exigidos para realizar del mejor modo las propias
tareas y actividades, con la inteligencia y la intuición. La sagacidad es la
prontitud de mente para comprender y para afrontar las situaciones con
sabiduría y creatividad.
3. Espiritualidad
y humanidad. La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier
servicio en la Iglesia y en la vida cristiana. Esta alimenta todo nuestro
obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de las tentaciones
cotidianas. La humanidad es aquello que encarna la autenticidad de nuestra fe.
4. Ejemplaridad
y fidelidad. Ejemplaridad para evitar los escándalos que hieren las
almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio. Fidelidad a nuestra
consagración, a nuestra vocación.
5. Racionalidad
y amabilidad. La racionalidad sirve para evitar los excesos emotivos, y
la amabilidad para evitar los excesos de la burocracia, las programaciones y
las planificaciones.
6. Inocuidad
y determinación. La inocuidad, que hace cautos en el juicio, capaces de
abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la capacidad de sacar lo
mejor de nosotros mismos, de los demás y de las situaciones, actuando con
atención y comprensión. La determinación es la capacidad de actuar con voluntad
decidida, visión clara y obediencia a Dios, y sólo por la suprema ley de la salus
animarum.
7. Caridad y
verdad. Dos virtudes inseparables de la existencia cristiana: «realizar
la verdad en la caridad y vivir la caridad en la verdad»
8. Honestidad
y madurez. La honestidad es la rectitud, la coherencia y el actuar con
sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios. La madurez es el esfuerzo
para alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas, psíquicas y
espirituales.
9. Respetuosidad
y humildad. La respetuosidad es una cualidad de las almas nobles y
delicadas; de las personas que tratan siempre de demostrar respeto auténtico a
los demás, al propio cometido, a los superiores y a los subordinados, a los
legajos, a los documentos, al secreto y a la discreción; es la capacidad de
saber escuchar atentamente y hablar educadamente. La humildad, en cambio, es la
virtud de los santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en
importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de no poder
hacer nada sin la gracia de Dios.
10. Dadivosidad y
atención. Seremos mucho más dadivosos de alma y más generosos en dar,
cuanta más confianza tengamos en Dios y en su providencia, conscientes de que
cuanto más damos, más recibimos. En realidad, sería inútil abrir todas las
puertas santas de todas las basílicas del mundo si la puerta de nuestro corazón
permanece cerrada al amor, si nuestras manos no son capaces de dar, si nuestras
casas se cierran a la hospitalidad y nuestras iglesias a la acogida. La
atención consiste en cuidar los detalles y ofrecer lo mejor de nosotros mismos,
y también en no bajar nunca la guardia sobre nuestros vicios y carencias.
11. Impavidez
y prontitud. Ser impávido significa no dejarse intimidar por las
dificultades; significa ser capaz de dar el primer paso sin titubeos. La
prontitud, en cambio, consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin
apegarse a las efímeras cosas materiales.
12. Atendibilidad
y sobriedad. El atendible es quien sabe mantener los compromisos con
seriedad y fiabilidad cuando se cumplen, pero sobre todo cuando se encuentra
solo; es aquel que irradia a su alrededor una sensación de tranquilidad, porque
nunca traiciona la confianza que se ha puesto en él. La sobriedad —la última
virtud de esta lista, aunque no por importancia— es la capacidad de renunciar a
lo superfluo y resistir a la lógica consumista dominante. La sobriedad es
prudencia, sencillez, esencialidad, equilibrio y moderación. La sobriedad es
mirar el mundo con los ojos de Dios y con la mirada de los pobres y desde la
parte de los pobres.
Para entender los 12 elementos de la lista, el Papa invitó a
leer una bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero,
pero que fue pronunciada por primera vez por el cardenal John Dearden.
De vez en cuando,
dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una
perspectiva mejor.
El Reino no sólo
está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más
allá de nuestra visión.
Durante nuestra
vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica
empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que
hacemos está acabado,
lo que significa
que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna
declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración
puede expresar plenamente nuestra fe.
Ninguna confesión
trae la perfección,
ninguna visita
pastoral trae la integridad.
Ningún programa
realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema
de metas y objetivos se incluye todo.
Esto es lo que
intentamos hacer:
plantamos semillas
que un día crecerán;
regamos semillas
ya plantadas,
sabiendo que son
promesa de futuro.
Sentamos bases que
necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la
levadura que proporcionamos
van más allá de
nuestras posibilidades.
No podemos hacerlo
todo y, al darnos cuenta de ello,
sentimos una
cierta liberación.
Ella nos capacita
a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede que sea
incompleto, pero es un principio,
un paso en el
camino,
una ocasión para
que entre la gracia del Señor y haga el resto.
Es posible que no
veamos nunca los resultados finales,
pero esa es la
diferencia entre el jefe de obras y el albañil.
Somos albañiles, no jefes de obra,
ministros, no el Mesías.
Somos profetas de
un futuro que no es nuestro.
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