En ‘14 aprendizajes vitales’ Jesús Burgaleta,
profesor, nos contaba la siguiente experiencia, respecto del poder curativo de
la fe:
Dios está con el hombre como es: débil, limitado,
solo, abandonado; de lo contrario nos rompería. Dios respeta y ama la finitud
de lo limitado. Dios no libera al hombre de serlo: lo quiere hombre. Le ayuda a
que sea lo que es. Dios ha devenido hombre y no puede ya sino ser el Dios feliz
con el que goza, el Dios doliente con el que sufre. Dios en la enfermedad, no
puede hacer con nosotros otra cosa que amarnos amándose y, por lo tanto,
respetar lo que somos. Dios no sólo se compadece con mi dolor; mi dolor es su
dolor. Dios está en la soledad extrema de mi cama, no como un simple ‘otro’ que
enjuga mi sudor, sino como lo más radical e íntimo de mí.
A Dios se le vislumbra en la debilidad. A Dios se
le abraza en la fragilidad; aunque cuando aprietas los brazos tengas la
sensación de no abrazar nada. Asumir la ruptura de todas las representaciones
de Dios, aún la más legítima –Padre-, es el culmen de la fe, el amor y la
esperanza.
A Dios se le conoce como Dios cuando no se le puede
asir de ninguna manera y, a pesar de todo, uno se le entrega con todo su ser.
Su palabra es el silencio, largo y profundo silencio que no puede llenar sonido
alguno. Dios me concede la posibilidad de vivir y de crecer, también en el
dolor.
A Dios le pido lo mismo que él me da y quiere:
poder ser persona en la salud y en la enfermedad. Le pido comunión con él,
conmigo y con los demás. Hágase tu voluntad.
En Labor Hospitalaria Nº 302
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