Ciertas personas no van nunca al cementerio porque
consideran que los ritos sobran, pero se han dado cuenta de la importancia de
los momentos de despedida de la muerte de un ser querido. Mantienen que hasta
el momento del funeral o del entierro… no se han dado cuenta de que decían
«adiós», de que la muerte era un hecho evidente. ¿Por qué?
Es muy normal, porque decir «adiós» significa disponer de un
tiempo específico para despedirse de la persona difunta. Por este motivo, es
necesario llevar a cabo y cuidar los ritos de despedida, o el duelo se
complica.
Incluso cuando no se tiene el cuerpo del difunto, como en
casos de naufragio, incendio, alud… hay que enterrar un objeto personal, con la
finalidad de despedir al ser querido, aunque sea simbólicamente.
Entonces… ¿y las
incineraciones?
En la mayoría de esos casos, el duelos se elabora
posteriormente, a través de un trabajo minucioso que tiene en cuenta todos los
pasos que se han llevado desde el hecho de la muerte hasta la incineración del
cuerpo: porque a ciertas personas les ayuda el hecho de desprenderse de las
cenizas, y otras «momifican» al difunto teniéndolo en un lugar preeminente del
hogar.
La incineración, como el entierro en un nicho, presenta
ventajas e inconvenientes. El problema no es el objeto en sí (el cuerpo o las
cenizas), sino qué presencia del difunto facilita más a los familiares y amigos
«tocar» la despedida, es decir, vivir más profundamente el adiós.
Del libro Acompañando en la pérdida
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