Todos los seres
humanos sufren en alguna ocasión. Si nos comprometemos con la vida, acabaremos
experimentando alguna pérdida, y las pérdidas son dolorosas. Nuestras pérdidas
pueden ser grandes o pequeñas. Pueden ser tan intrascendentes como la privación
de una rutina a la que estábamos acostumbrados o tan grandes como la pérdida de
alguien a quien queríamos profundamente.
Debemos dedicar a cada
pérdida lo que se merece, aceptando el sufrimiento al que nos estemos
enfrentando, sea cual sea, y concediendo a nuestro dolor el tiempo, el espacio
y la atención necesarios para que siga su curso. No hay ningún calendario
establecido para el duelo; debes dejar que sea la sabiduría de tu cuerpo quien
te guíe.
La oración puede
servirte de ayuda en numerosas fases de confusión, negación, enfado, dolor, remordimiento,
tristeza e incluso gratitud. La clave es rezar desde donde de verdad te
encuentres, no desde donde crees que Dios considera que debes estar. No te
eches atrás. Reza durante todo el proceso de tu dolor, y Dios, a su debido
tiempo, te conducirá a una nueva plenitud y alivio en los que tu pérdida
también tendrá cabida.
Tom McGrath
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