Si todo creyente está implicado en el cuidado y atención al necesitado
de ayuda, en cualquier momento de su vida, cuánto más al que se encuentra en un
estado de vulnerabilidad, propia de la vivencia de una vida que se apaga. La
atención al enfermo ha de ser integral, porque las personas somos una realidad
unitaria.
La Iglesia siempre ha querido estar presente, respondiendo a la
necesidad espiritual del enfermo, en el momento final de su vida.
Esta es la razón por la que la pastoral de la salud, ha de seguir
privilegiando el acompañamiento al enfermo, sobre todo, al enfermo que vive el
tramo final de su existencia terrena.
Este “acompañar” peculiar es el que caracteriza a la atención
pastoral, ofrecida en solidaridad a quien vive su etapa final.
Pero también es una atención
ofrecida como miembro de la familia eclesial, que se siente comprometida en el
cuidado y atención a quienes necesitan pasar de la muerte a la vida, del miedo
a la confianza en el Señor de la Vida.
Este acompañar, no siempre se
ha realizado siguiendo el mismo modelo de acercamiento al enfermo, ni los
mismos recursos.
Igual que la medicina
evoluciona en el conocimiento de los procesos finales de las personas, y
también en lo que necesita ofrecerle para que encuentre una calidad de vida
confortable, así también se necesita conocer mejor al enfermo para mejorar la
ayuda pastoral y renovar los métodos y recursos.
Hoy entendemos este acompañar
como una “relación de ayuda”, que incluye una mínima preparación para
comprender mejor al enfermo en sus dificultades y necesidades reales, propias
de su estado único, y procesual, hacia un cambio que se acerca para él produciéndole
temor, angustia, inestabilidad, esperanza, confianza.
La Iglesia, en sus documentos,
toma conciencia de los cambios que es preciso realizar tanto en la concepción
como en la realización de la asistencia pastoral, así como de la deseable
cooperación entre la asistencia sanitaria y la asistencia pastoral, en el
tratamiento de las necesidades espirituales y religiosas (Comisión Episcopal
de Pastoral, 1987; Benedicto XVI, 2008).
En este contexto, se hace
necesario que las distintas instancias, facilitadoras de la salud para el
enfermo, se coordinen y presten su servicio del modo más adecuado posible.
La instancia sanitaria podrá integrar la cobertura de las necesidades
físico-biológicas, las psicológicas y las sociales, mientras que la instancia
pastoral podrá aportar la cobertura de las necesidades espirituales y
religiosas del enfermo.
1. Implicación de la comunidad eclesial.
La
dimensión pastoral del acompañamiento al enfermo, en su etapa final, ha de ser
contemplada desde su vertiente implicativa. Y es que el agente de pastoral de
la salud trata de actuar desde un compromiso que incluye vocación, formación y
sentido de Iglesia. Esta implicación del agente con el enfermo ha de ejercerla
desde su pertenencia comunitaria eclesial.
“Jesús ha confiado a su Iglesia la misión de asistir y cuidar a los
enfermos, perpetuando así su mensaje de misericordia […] Todos los miembros de
la Iglesia participan de su misión, si bien cada uno ha de realizarla en función
del carisma recibido y del ministerio que la Iglesia le ha encomendado, pero
siempre en corresponsabilidad con todos los demás para así hacer transparente
el verdadero ser de la Iglesia (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p.
145).
Evangelizar equivale a
cuidar y curar a los más débiles al tiempo que se les manifiesta el amor
entrañable de Dios por los más desvalidos.
La Iglesia ha venido desarrollando, a lo largo de su tradición teológica
y pastoral, todo un arte de ayudar a bien morir: incluye acompañamiento, apoyo
espiritual y relación de ayuda pastoral a quienes padecen enfermedad avanzada y
a sus cuidadores y familiares. Por otra parte, ha ofrecido la oración, como
diálogo terapéutico con Dios. Y, ofrece especialmente la vivencia de los
sacramentos de la Reconciliación, la Eucaristía en forma de Viático, y la Santa
Unción.
1.1 Desde una labor humanitaria.
Las claves para la labor humanitaria del acompañamiento están en la
capacidad y disponibilidad de la comunidad diocesana y parroquial para ejercer
una pastoral de la acogida y de la misericordia, tratando de responder a las
necesidades espirituales y religiosas del enfermo, cuando se acerca al momento
final de su vida histórica.
Las dimensiones espiritual y religiosa están íntimamente relacionadas.
Son diferentes, pero siempre complementarias.
La dimensión espiritual
abarca, como elementos fundamentales, el mundo de los valores, la necesidad del
enfermo de ser reconocido como persona, la ayuda para releer la propia vida, la
pregunta por el sentido último de las cosas y de uno mismo, las opciones
fundamentales de la vida y las experiencias.
En cambio, cuando los valores, las opciones fundamentales, las preguntas
por el sentido, cristalizan en una relación con Dios, dentro del grupo al que
pertenece como creyente y en sintonía con modos concretos de expresar la fe y
las relaciones, entonces hablamos de dimensión religiosa.
La Pastoral de la salud es la
acción de la Iglesia al servicio del enfermo, y forma parte integrante de su
misión evangelizadora. (Departamento de Pastoral de la Salud, 2006, p. 29,
35-40).
La pastoral de la salud, en la Iglesia, está destinada, por tanto, a promover
la salud de la persona y de la comunidad. Y es que el vasto mundo de la salud
tiene que ver con los enfermos, con sus familias, con la comunidad y con el
ambiente, e incluye los acontecimientos fundamentales desde el momento de la
concepción hasta la muerte natural y los interrogantes provocados por el
sufrimiento y la enfermedad. (Juan Pablo II, 1985, p. 1). Por eso, la
comunidad cristiana ha de traducir su participación en una pastoral de la
salud, adecuada al momento existencial del enfermo y de su familia.
Por otro lado, una Pastoral de la salud organizada, en cada comunidad
parroquial y en cada hospital, necesita de un equipo de personas, preparadas
para ejercer este servicio delicado.
“La pastoral de enfermos ha de ser expresión también de nuestra
compasión y acogida. Hay que crear equipos que promuevan y lleven a cabo la
visita a los enfermos; pues ella es el gesto de acercamiento de la comunidad al
propio enfermo y de ayuda y de aliento a sus familiares” (Ritual de la Unción
y de la Pastoral de Enfermos, 1979, p.48).
Se trata de un grupo de personas que se reúne periódicamente, ora,
aprende a acompañar en medio de la enfermedad y ofrece la salud desde la
comunidad en clave de estímulo, esperanza y servicio desinteresado, al enfermo
y a su familia. Para ejercer este servicio sería muy conveniente una mínima
preparación técnica (conocimiento de la relación de ayuda) y formación
pastoral.
Tanto en la Parroquia como en el hospital, el compromiso de atender y
acompañar a los enfermos graves y moribundos “ha de ser, hoy, una de las
actividades prioritarias.” (Benedicto XVI. 2008). Para ayudar a estos
enfermos, son necesarias la cercanía y la competencia, de manera que, con
delicadeza, se puedan explorar, identificar, conocer y atender sus necesidades
espirituales.
Por otra parte, el enfermo necesita curar sus heridas del pasado, y el
agente de pastoral ha de saber aliviar, estando cercano y “percibiendo su
estado de ánimo, acompañándole en silencio y permitiéndole que exprese sus
sentimientos y reacciones” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p. 95).
También forma parte de la atención pastoral, acompañar al enfermo para
orientarlo, con la delicadeza requerida, en la la elaboración del Testamento
vital o “Expresión anticipada de voluntades”. Es un ejercicio de
responsabilidad testimonial y un servicio de clarificación para los
profesionales sanitarios y familiares que acompañarán al enfermo hasta el final
de sus días.
Pero el enfermo tiene una
especial necesidad de “encontrar un sentido a la vida” en medio del
sufrimiento. Y el acompañamiento del agente de pastoral ha de consistir en “unirse
al enfermo en la búsqueda de dicho sentido”, sin actitudes impositivas (Comisión
Episcopal de Pastoral, 1987, p. 96).
Atender pastoralmente
a los enfermos graves supone un acompañamiento complementario a la labor de los
sanitarios. Se trata de:
“La creación de grupos
de voluntariado que con su presencia y actuación llenen uno de los vacíos más
serios de la asistencia a los enfermos en el hospital” (Comisión Episcopal
de Pastoral, 1987, p. 98).
La comunidad cristiana participa y se beneficia en el acontecimiento de
la muerte de un creyente. La comunidad actualiza los vínculos entre sus
miembros cada vez que uno de ellos se acerca al encuentro con el Padre, porque: “este encuentro del
moribundo con la Fuente de la vida y del amor constituye un don que tiene valor
para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles” (Benedicto XVI,
2008).
1.2 Dimensión sacramental de la pastoral del
acompañamiento al enfermo y a su familia.
La comunidad cristiana tiene una tarea muy especial. Toda ella ha de
saber expresarse, como comunidad sanadora y continuadora de la Palabra que
salva y del gesto que cura. Y para esta labor ha de contar, en la medida de lo
posible, con el equipo de Pastoral de la Salud que ha de saber realizar
eficientemente esa presencia sanadora y alentadora de la comunidad. Además de
humanizar, desde la comunidad se ayudará al enfermo a “vivir el sentido
pascual de la enfermedad”, a través de la reconciliación, la unción de los
enfermos y la eucaristía (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p. 68). El
agente de pastoral ha de tener en cuenta que la dimensión sacramental encuentra
su sentido en el contexto de una relación fraterna con el enfermo: “La celebración sacramental ha de constituir, habitualmente, la
culminación de una relación significativa con el enfermo y el resultado de un
proceso de fe realizado por éste” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p.
69).
Esa relación, por si misma ya: “Tiene un valor casi sacramental desde la perspectiva de una Iglesia
sacramento de salvación para el mundo” (Comisión Episcopal de Pastoral,
1987, p. 69).
Por tanto los sacramentos: “Signos que atestiguan el amor de Dios al enfermo, no deben ser ritos
aislados sino gestos situados en el corazón de una presencia fraternal” (Comisión
Episcopal de Pastoral, 1987, p. 69).
Una delicada tarea
pastoral para el agente. Al ofrecer los sacramentos ha de “respetar los
niveles de fe cristiana” del enfermo, así como “las etapas de su caminar
en la fe para actuar gradualmente con discreción”, de tal forma que el
enfermo no se sienta coaccionado, sino que encuentre la ayuda que necesita
para.
“Superar los condicionamientos personales y sociales... a la hora de
manifestar y celebrar su fe” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p. 70;
Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1979, p. 75).
Y en este contexto, el agente de pastoral: “Ha de discernir pastoralmente las motivaciones de los enfermos y de sus
familiares y allegados al pedir, no pedir o rechazar un sacramento” (Comisión
Episcopal de Pastoral, 1987, p. 72).
Una cuestión que el agente ha de tener en cuenta es que: “Es el enfermo quien ha de solicitar o aceptar el sacramento con plena
fe y celebrarlo en las mejores condiciones activa y conscientemente” (Ritual
de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1979. p. 13).
Y el agente de pastoral, a su vez, ha de crear un clima humano que esté
en sintonía con los valores proclamados por la celebración sacramental, así
como ha de procurar, igualmente, que los signos sacramentales sean
verdaderamente significativos. Acompañar la profunda necesidad de
reconciliación:
“El agente ha de ayudar al enfermo a mirar su vida con la misma mirada
del Señor, una mirada de aceptación y de perdón. Esto le permitirá sentirse
aceptado y aceptarse, sentirse perdonado y perdonar a los demás, estar en paz
consigo mismo y con Dios” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p.97).
En el contexto hospitalario es difícil, a veces, encontrar espacios que
permitan salvaguardar la intimidad, Por eso el agente: “No ha de insistir en la integridad de la confesión, sobre todo cuando
el enfermo está débil o ha de confesarse en un lugar en el que es imposible
respetar el secreto” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p. 77).
En el hospital y en sus domicilios, algunos enfermos no pueden asistir a
la Eucaristía y tienen necesidad de recibir la comunión.
Puede y debe ofrecerse la comunión a los enfermos que la soliciten,
personalmente o por medio de sus familiares, procurando que la distribución
requiera el carácter de una verdadera celebración de fe.
Y en este contexto, se ha de favorecer la colaboración bien organizada
de ministros extraordinarios de la comunión para lograr una mejor y más
personalizada celebración.
Ahora nos encontramos con una
tarea pastoral difícil y delicada, porque el agente de pastoral ha de preparar
para recibir el Viático, que: “Es el sacramento específico para los enfermos que viven la última fase
de su existencia, marca la última etapa de la peregrinación del cristiano
iniciada en su bautismo; es el sacramento del tránsito, del paso de la muerte a
la vida...; es la espera iluminada por la presencia privilegiada de Cristo, del
cumplimiento del misterio de la muerte y resurrección en cada uno de nosotros” (Comisión
Episcopal de Pastoral, 1987, p. 85).
No se trata de una comunión más, ni de la última comunión. Se trata de
ayudar al enfermo a vivenciar: “Una comunión en la que el enfermo, asumiendo en la fe su camino hacia
la muerte como paso con Cristo hacia la vida, se pone en las manos del Padre.
Por ello “debe recibirlo en plena lucidez” (Ritual de la Unión y de la
Pastoral de Enfermos, 1979, p. 79. y Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p.
85).
La tercera experiencia sacramental, en el contexto de la enfermedad, es
la Unción de los enfermos. Hay que aclarar de inmediato que: “La unción es el sacramento específico de la
enfermedad y no de la muerte, para ayudar al cristiano a vivirla conforme al
sentido de la fe” (Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1979,
p. 47, 65 y 68).
También en este aspecto del
acompañamiento al enfermo, el agente de pastoral ha de considerar atentamente
el momento en que ha de celebrarse la Unción de enfermos, porque: “El binomio unción de los enfermos-muerte está aún vivo en la mentalidad
popular y en la de muchos pastores” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987,
p. 86).
Por tanto: “ha de procurar que los enfermos, gravemente afectados por su situación,
reciban la Unción en el momento oportuno, es decir, cuando ellos mismos lo
soliciten o pueden aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, y evitar el
riesgo de retrasar indebidamente el sacramento” (Ritual de la Unción y de la
Pastoral de Enfermos, 1979, p. 13).
Es muy recomendable una catequesis a todos los niveles: “Pero sera poco eficaz o inútil la catequesis, si la práctica
sacramental viniese a desmentirla dejando su celebración para última hora” (Ritual
de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1979, p. 66).
La Unción no es un “remedio mágico” extraordinario, ni la
alternativa a una medicina limitada en sus recursos, ante la enfermedad
terminal. En realidad: “Asume y estimula el deseo del enfermo de curarse dándole una
significación nueva, es expresión del sentido cristiano del esfuerzo técnico y
humano en bien del enfermo, es plegaria del Señor de la vida y de la muerte y
signo del lo que el mismo Señor le concede al enfermo, el auxilio para vivir la
enfermedad y su restablecimiento conforme al sentido de la fe” (Ritual de la
Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1979, p. 68-69).
El agente de pastoral ha de promover y fomentar, para los enfermos, las
celebraciones comunitarias, tanto de la Penitencia, como de la Comunión y la
Unción, a fin de subrayar el sentido eclesial del sacramento: “La Unción es el sacramento de la fe, es decir, expresa, suscita y
robustece la fe de la Iglesia que lo celebra y, de manera especial, del enfermo
que lo recibe” (Comisión Episcopal de Pastoral, 1987, p. 91).
2. Implicación comprometida de la comunidad
civil.
La sociedad, como comunidad civil, con sus
instituciones sanitarias, está llamada también a acompañar y respetar al
enfermo en estado de enfermedad avanzada: “En realidad, toda la sociedad, a través de sus instituciones sanitarias
y civiles, está llamada a respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y
del moribundo” (Benedicto XVI, 2008).
Por tanto, respetar la vida y la dignidad del enfermo, supone no
disponer de la vida humana, ni para anticipar su final, ni para prolongarlo
injustificadamente. En todo caso, corresponde al enfermo dejar constancia de
cómo desea ser acompañado al final de sus días, en correspondencia con sus
valores y convicciones.
La medicina paliativa es la expresión
actual de la preocupación que la sociedad desarrolla en la atención y
acompañamiento al enfermo, en su proceso final.
Los equipos de Cuidados Paliativos están realizando una labor muy
estimable en el cuidado, la ayuda y el afrontamiento del proceso del vivir el
último tramo de la vida.
“Aun conscientes de que “no es la ciencia lo que redime al hombre” (Spe
salvi, 26), toda la sociedad y en particular los sectores relacionados con
la ciencia médica deben expresar la solidaridad del amor, la salvaguardia y el
respeto de la vida humana en todos los momentos de desarrollo terreno, sobre
todo cuando se encuentra en situación de enfermedad o en su fase terminal” (Benedicto
XVI, 2008).
La
medicina paliativa está considerada como un equipo multidisciplinar que se
aplica a ofrecer un servicio sanitario y humanitario, al enfermo y a su entorno
familiar más inmediato, tratando de abordar las necesidades exploradas más
significativas: “Más en concreto, se trata de asegurar a toda persona que lo necesite el
apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas,
realizadas y gestionadas según los criterios de proporcionalidad médica,
teniendo siempre en cuenta el deber moral de suministrar (el médico) y de
acoger (el paciente) los medios de conservación de la vida que, en la situación
concreta, se consideren “ordinarios” (Departamento de Pastoral de la Salud,
2006, p. 379).
Los agentes de pastoral de la salud ha de colaborar, en la medida de lo
posible, con esta medicina paliativa, aportando el acompañamiento espiritual y
religioso que la familia del enfermo y los propios equipos de cuidados
paliativos soliciten, porque desde el contexto eclesial: “Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de caridad
desinteresada. Por esta razón deben ser alentados” (Catecismo de la Iglesia
Católica, s.f, p. 2279).
3. La comunidad eclesial y civil, al unísono
junto al enfermo.
Una forma específica de colaboración entre la comunidad civil y eclesial
es la potenciación de voluntariados que actúen coordinadamente en el
acompañamiento al enfermo y su familia: “El esfuerzo conjunto de la sociedad civil y de la comunidad de los
creyentes debe orientarse a que todos puedan no sólo vivir de forma digna y
responsable, sino también atravesar el momento de la prueba y de la muerte en
la mejor condición de fraternidad y solidaridad, incluso cuando la muerte se
produce en una familia pobre o en el lecho de un hospital” (Benedicto XVI,
2008).
En toda la labor de atención y acompañamiento al enfermo se necesita una
coordinación.
La tarea evangelizadora está dependiendo de cada agente de pastoral y,
al mismo tiempo, trasciende la acción de cada agente individual, es una acción
de la Iglesia.
De ahí que, hoy, se contemple la tarea pastoral como una labor de
equipo. Y, desde luego, es muy recomendable pastoralmente, la coordinación
entre el servicio religioso del centro sanitario y las parroquias.
De esta manera, el centro sanitario será la prolongación de la parroquia
de donde procede el enfermo y a donde va a regresar.
4. Conclusiones.
Nos situamos en el momento de mayor vulnerabilidad de la vida de las
personas, el proceso de morir. La importancia del momento requiere el mejor
aprovechamiento de los recursos disponibles en las instituciones implicadas,
para ayudar a vivir bien este proceso.
Los servicios sanitarios y pastorales han de ser eficientes, y en la
medida de lo posible han de saber estar bien coordinados, para que se lleve a
cabo una adecuada ayuda al proceso de humanización del morir.
Es preciso una labor de concienciación, así como un esfuerzo de
organización en las comunidades parroquiales, para que se creen equipos de
voluntarios, suficientemente formados, con adultez y discreción, capaces de
atender esta delicada tarea pastoral, que corresponde al cuidado de los más
débiles y vulnerables de la comunidad parroquial.
Porque todas las necesidades pueden socorrerse de una u otra manera.
Esta cuidada asistencia al morir sólo es posible con la decidida
determinación pastoral de acoger, comprender y acompañar en la esperanza.
José Manuel Álvarez
Maqueda.
Delegado De
Pastoral De La Salud Archidiócesis De Merida-Badajoz
(Artículo Sacado
Del Número 371 De La Revista “Labor Hospitalaria”)
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