Se parte ‘de’ y se ama ‘al’ hombre y al mundo sanitario de hoy como son; creo que esta es la premisa para realizar un verdadero trabajo de Pastoral de la Salud, donde debemos dar el paso para encontrarnos con el rostro de Dios encarnado en muchas historias de dolor, sufrimiento, soledad, exclusión,… donde una y otra vez hay que elegir entre permanecer o marcharnos, entre la vida o la muerte; ya que la relación con Dios es estar constantemente en peregrinación para adentrarnos verdaderamente en la maleza de lo humano. Dentro del mundo sanitario, debemos tener pasión por aquello que otros no quieren, pobreza, vejez, discapacidad, enfermedad; pero, también por la familia, por los compañeros de trabajo; por el deseo de amar y compartir, de transmitir sensaciones de conectar con el Espíritu; en definitiva, la Pastoral de la Salud debe comunicar el mensaje de salvación de Jesús, estando al servicio de la dignidad de la persona, se trata de una evangelización atenta a la urgencia de la justicia.
Para comunicar el mensaje de Jesús, tenemos tres referencias obligadas: Cristo (desde donde se es), la Iglesia (en donde se es), y el Mundo sanitario (para donde se es), por ello es importante que en la Pastoral de la Salud haya personas que tengan:
- Formación teológica: hay que ser capaz de dar razón de la fe (1Pe 3, 15). La fe es razonable. La acción pastoral de la Iglesia se convierte en transformadora del mundo desde las exigencias del Reino y es posibilidad de diálogo con quienes, desde otros presupuestos, buscan un mundo y una sociedad transformados similarmente. No se trata sólo de evangelizar a personas, sino de iluminar con la fe los problemas del mundo de la salud.
Para comunicar el mensaje de Jesús, tenemos tres referencias obligadas: Cristo (desde donde se es), la Iglesia (en donde se es), y el Mundo sanitario (para donde se es), por ello es importante que en la Pastoral de la Salud haya personas que tengan:
- Formación teológica: hay que ser capaz de dar razón de la fe (1Pe 3, 15). La fe es razonable. La acción pastoral de la Iglesia se convierte en transformadora del mundo desde las exigencias del Reino y es posibilidad de diálogo con quienes, desde otros presupuestos, buscan un mundo y una sociedad transformados similarmente. No se trata sólo de evangelizar a personas, sino de iluminar con la fe los problemas del mundo de la salud.
- Formación antropológica: hay que llevar un mensaje encarnado a cada situación, comprender el mundo de la salud en el que viven nuestros hombres y mujeres de este tiempo, sus sufrimientos, sus miedos, sus bloqueos, sus heridas, sus dudas, sus preguntas,… como hizo Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35); es importante caminar por las sendas que el Concilio Vaticano II abrió: las del diálogo y la renovación, la de la puesta al día constante de la Iglesia para llevar la salvación a los hombres y la de la escucha atenta de los nuevos signos de los tiempos a través de los cuales Dios sigue manifestándose.
- Formación pedagógica: el hacer también es importante, el arte de estar en la cabecera de la cama de un enfermo, de dar una caricia, de acoger; el arte de dar catequesis, de llevar grupos de reflexión, de religión,…. Todo es importante porque nos lleva a hacer experiencia de oración, de acercarnos a la Palabra de Dios, de celebrar los sacramentos,… de animar al seguimiento de Jesús, hasta decir ‘Maestro, enséñanos a orar’ (Lc 11, 1). No consiste en repetir en todos los lugares y de la misma forma cada acción, sino en acomodarlas y expresarlas en un lenguaje asequible a las personas que acompañamos.
- Formación espiritual: sería como todo el tono evangélico que envuelve al Agente de Pastoral (o al que acompaña); ser, estar y hacer, desde el encuentro con el Espíritu, dejarnos tocar y guiar. Hay que nadar por las aguas de la vida interior, porque ‘quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará’ (Mt 16, 25). Somos creyentes delante de los otros para que encuentren su propia respuesta; y ser creyentes dando testimonio de vida sin actitud farisaica, sino con confianza íntima en el amor misericordioso de Jesucristo.
En definitiva, puesto que la vida humana no es un hecho meramente biológico, sino que el componente trascendental es imprescindible para que cada persona alcance lo que llamamos calidad de vida, la Iglesia debe ser, desde la Pastoral de la Salud, ‘servidora y sacramento’ de la humanidad; es decir, experta en humanismo, en cuyo interior debe darse una mediación privilegiada, en comunión intratrinitaria, por los preferidos del Señor; se trata de hacer, dentro del mundo sanitario, un hueco al otro (enfermo, anciano, discapacitado, sin techo,…), querer acoger y recibir su presencia, su palabra y sentimientos, junto con sus necesidades y recursos, escuchar y percibir sus gestos, despertar nuestro ser entero ante el suyo. Abrir el espacio cerrado que somos cuando nos centramos totalmente en nuestras cosas, se tiene que acallar nuestra voz interior para que resuene la palabra del otro, siendo conscientes que este otro saca también del acompañante lo ‘peor’, los miedos, las inseguridades, las dudas,…
Finalmente, decir que el objeto de la Pastoral consistiría en llevar, en el mundo de la sanidad, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la revelación de Dios, de modo que sea comprensible para ellos, que toque los corazones y emocione, de forma que encuentren en ello su salvación, teniendo siempre presente que, como nos dijo Juan Pablo II, la doctrina cristiana se propone, pero no se impone; y que nuestra vida cristiana está presidida por el amor desinteresado y misericordioso de Dios, y este amor es el motor de la vida.
Norka C. Risso Espinoza
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