jueves, 3 de febrero de 2011

EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO INVOCA SIN PAUSA OTRO MUNDO



Hace unos años los valores de la sabiduría, la experiencia, la ternura, etc., eran los baluartes de nuestra sociedad, pero hoy en día se da más valor a lo que es rentable, útil, exitoso, rechazando todo lo que resulte viejo, enfermo o estéticamente desagradable, sobre todo si supone una carga o un estorbo social. Sin embargo, como afirma Hume, deberíamos «conceder a nuestro corazón un cierto grado de benevolencia, por pequeño que sea; alguna chispa de simpatía o de amistad hacia el género humano. Por muy débiles que supongamos que sean estos sentimientos generosos, y aunque resulten insuficientes para mover una mano o un dedo de nuestro cuerpo, deben, sin embargo, dirigir las determinaciones de nuestra mente; y en igualdad de circunstancias, darán lugar a una fría preferencia por lo que es útil y servicial para la humanidad»[1].

En este sentido, las personas que sufren, y quiero incluir aquí a aquellas que se encuentran al final de la vida, nos pueden ayudar a realizar una convivencia justa, pacífica y reconciliadora con el mundo del sufrimiento, ya que un buen estímulo y gestión de los sentimientos pueden estar al servicio de la solidaridad.

Aprovecho un texto de Etxeberria[2] sobre los sentimientos en el ámbito público que voy a adaptar para el ámbito sanitario: los enfermos terminales y ancianos pueden ser la prueba determinante para definir la calidad moral de nuestras vidas afectivas: los sentimientos que despierten o no despierten en nosotros, las solidaridades que motiven o no motiven, las acciones hacia las que nos empujen etc., serán a este respecto especialmente iluminadores de nuestra calidad moral. Los enfermos terminales y ancianos, además, son los que nos libran de la cómoda abstracción de los buenos sentimientos no confrontada realmente con nada ni nadie, así como la referencia que nos reta a definir tanto las orientaciones precisas de nuestra afectividad.

J. Moltmann[3] nos ha recordado que la creación es el juego divino, porque ni es necesaria para Dios, ni es arbitraria, porque se trata de un Dios Amor y no de un diablo caprichoso. La creación es el juego de la complacencia divina, el lugar de recreo para la misma gloria de Dios. Dios no puede ser interesado al crear al hombre y a la mujer a su imagen y para que se hagan semejantes a él. Al contrario, Dios juega con la nada para crear; el hombre no puede jugar de este modo; únicamente puede jugar con el amor. Y en ello estriba la más sublime analogía. Por tanto, siempre debemos recordar que «La vida es tiempo. No sólo tiempo físico u objetivo sino además tiempo nuestro, un tiempo vivido desde el que no nos resignamos a pensarnos mortales. La finitud es la estructura misma de nuestra vida, la finitud pone ante nosotros el carácter irreversible de la evolución biológica, incluso nos despierta cuando creemos que la nuestra es una máquina perfecta. La ancianidad (o enfermedad) nos despierta para una vida moral menos perfecta y todopoderosa de lo que nos creemos»[4] porque a nosotros sus criaturas nos va la vida en el amor, ese es nuestro juego: amar al pobre, al necesitado, al enfermo; transformando la pérdida, el dolor y la tristeza en ganancia, gozo y alegría.

Además, al hablar del sufrimiento en la persona que se encuentra al final de la vida, es cuando podríamos caer en la cuenta de que la enfermedad nos hace más humanos, «pone de manifiesto un ‘fin’ posible, en sentido teleológico del término, para nuestra sociedad especializada en proveernos de bienes. Y, a la vez, expondría la validación de un ‘deber’ inexcusable, en el sentido deontológico, a saber, hacer bienes que sean buenos, que merezcan la pena, y que sirvan para satisfacer necesidades que nos humanicen, que nos dignifiquen»[5].

Muy importante es considerar que el ser humano tiene conocimiento y vivencia de la enfermedad y del morir y como consecuencia de ello lucha por superarlas. Desde siempre el hombre ha combatido y ha intentado alejar la muerte[6]; sin embargo «Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo; su tiempo el nacer y su tiempo el morir…»[7]

Gracias a los grandes avances que se han ido dando tanto en la técnica como en la medicina se ha logrado prolongar la vida, o mantener las funciones vitales hasta límites, que hace algunos años ni sospechábamos, pero aún así se aspira a seguir viviendo con buena calidad, y también podríamos decir que con calidez.

Los medios que se han puesto para vencer la enfermedad han llevado a que la medicina se especialice, de hecho, podemos hablar, de especialidad de geriatría, de cuidados intensivos, de cuidados paliativos,…; todo esto ha supuesto un gran avance en la lucha contra las enfermedades graves y contra la propia muerte, pero sobre todo una mejora en la calidad y en los cuidados en el proceso de morir. Eso sí, recalcar que a medida que la capacidad de curación de enfermedades antes incurables se hace mayor, es importante que nos convenzamos de que el poder de la medicina no es absoluto.

Debido a estas circunstancias un grupo de expertos mundiales reunidos por el Hasting Center[8] con el objetivo de emprender un ambicioso estudio sobre los fines de la medicina, cuya hipótesis de trabajo que motivaba el encuentro era poco discutible: el progreso de la ciencia médica y la biotecnología y el aumento de las necesidades humanas unido a la escasez de recursos para satisfacerlas habían producido un cambio radical que obligaba a pensar de nuevo si entendemos la medicina en sus justos términos, llegó a lo siguiente:

  • han de poner un énfasis especial en aspectos como la prevención de las enfermedades

  • la paliación del dolor y el sufrimiento

  • han de situar al mismo nivel el curar y el cuidar

  • y advertir contra la tentación de prolongar la vida indebidamente.

Estos aspectos, y sobre todo los tres últimos son de gran importancia cuando nos referimos a enfermo en el final de su vida.


[1] D. HUME, Investigación sobre los principios de la moral (Alianza Editorial, Madrid, 1993)
[2] X. ETXEBERRIA MAULEON, Por una ética de los sentimientos en el ámbito público (Bakeaz, Bilbao, 2008)
[3] J. MOLTMANN, Sobre la libertad, la alegría y el juego (Sígueme, Salamanca, 1972)
[4] A. D. MORATALLA, Ética y ancianidad: entre la tutela y el respeto, en J. GAFO (ed.), Ética y ancianidad (Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 1995)
[5] G. GONZÁLEZ R. ARNAIZ, Dignidad del ser humano: entre la percepción pre-filosófica y su consideración moral, en J. DE LA TORRE (ed.), Dignidad humana y bioética (Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2008)
[6] E. ALBURQUERQUE, Bioética. Una apuesta por la vida (CCS, Madrid, 2006)
[7] Eclesiastés 3, 1-2
[8] FUNDACIÓ VICTOR GRIFOLS I LUCAS, Los fines de la medicina. El establecimiento de unas prioridades nuevas (Fundació Víctor Grífols i Lucas, Barcelona, 2004)


Norka C. Risso Espinoza